Proclo (412-485 d. C.), sucesor de sus maestros Plutarco y Siriano al frente de la Academia de Atenas, la presidió durante más de 40 años, en tanto que diádokos o sucesor de Platón. De su obra inmensa se ha conservado varios libros que representan la que se llamaba Teología platónica, pues se consideraba divina la obra de Platón, mientras que la de Aristóteles se estudiaba como una introducción a ella. En castellano se encuentran fragmentos de sus comentarios a los Oráculos Caldeos, incorporados en la edición de Ed. Gredos del mismo título, así como Lecturas del Crátilo de Platón (Akal, Madrid 1999), y unos himnos incluidos en la publicación de: Dionisio Areopagita, Los Nombres Divinos y otros escritos, Antoni Bosch Editor, Barcelona 1980, hoy agotado y de los que reproducimos una selección. Posteriormente ha aparecido una nueva versión comentada de los himnos en Ed. Iralka: Himnos y Epigramas (Bilbao 2003), misma editorial que ha publicado también Proclo o de la Felicidad, de su sucesor y biógrafo Marino (1999). En francés han aparecido: Commentaires de Platon: Sur le Premier Alcibiade; Théologie platonicienne (6 libros); Dix questions concernant la Providence; Providence, Fatalité, Liberté; De l'Existence du mal; en Ed. Les Belles Lettres, París. En inglés además de las ediciones en papel se encuentran online las traducciones de Thomas Taylor de la Teología Platónica ( The Theology of Plato) entre otras suyas de Proclo.
Antología de Textos Herméticos
HIMNOS
PROCLO
II
Himno a Afrodita

Cantemos al linaje de aquella que nació 
De la espuma de las olas; 
Cantemos al real e inmenso origen 
De donde partieron, alados, los inmortales Deseos. 
De éstos, los unos traspasan las almas con sus dardos 
Espirituales, y las incitan, heridas ya por el aguijón 
De la nostalgia, a ascender hacia lo alto, 
Buscando ardientemente el poder volver a ver, 
Resplandecientes como la llama del fuego, 
Las habitaciones de su Madre. 
Los otros, obedientes a los deseos del Padre 
Y a las previsoras decisiones que apartan 
El mal del mundo, se esfuerzan, por medio 
De la generación, en multiplicar la vida en el infinito universo, 
Excitando en las almas el deseo de nacer sobre la tierra. 
Hay otras que incesantemente vigilan los diferentes 
Caminos de las íntimas relaciones del matrimonio 
Para así conseguir que, engendrándose hombres mortales, 
Pueda de este modo construirse, inmortal, la raza 
De los hombres, afligidos por infinitos males. 
Todos, en fin, se afanan en secundar las obras 
De la Citerea, procreadora del Deseo. 
Y en cuanto a ti, oh Diosa, 
-ya que tu oído por todas partes está atento-, 
Sea que te extiendas sobre el amplio horizonte 
Celestial y allí seas, tal como de ti se dice, 
El alma divina del eterno universo; Sea que habites en el seno del éter, 
Por encima de las siete órbitas de los planetas, 
Derramando sobre todo lo que de ti proviene, 
Infinitas energías, 
Óyeme, y conduce, oh Venerable, 
Con la ayuda de tus impulsos los más justos, 
El penosísimo camino de mi dolorosa vida 
Borrando de mi alma el frío impulso 
De los deseos no divinos! 

     
III
Himno a las Musas

Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres; 
Glorifiquemos las nueve hijas del gran Zeus, 
De luminosas voces; 
Cantemos a estas vírgenes que, 
Por la virtud de las puras iniciaciones que 
Provienen de los libros, despertadores de inteligencia, 
Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra, 
A las almas que erran en el fondo de los pozos de la vida, 
Enseñándolas a ocuparse con celo 
De buscar y seguir un camino sobre las corrientes 
Y profundas olas del olvido, 
Y de retornar, puras, al astro paterno, 
Hacia este astro del cual un día ellas se apartaron 
Cuando, enloquecidas por el deseo, de los groseros 
Bienes de la materia, cayeron en el áspero mundo de la generación. 
Y en cuanto a vosotras, oh Diosas, 
Apaciguad el impetuoso impulso que me impulsa al delirio, 
¡Y haced que las inteligentes palabras me transporten a un santo éxtasis! 
Que la raza de los hombres que sólo sienten miedo hacia Dios 
No me aparte de los caminos divinos, 
¡Deslumbrantes y llenos de luminosos frutos! 
De lo profundo del caos, 
Perdida por el devenir en mil caminos errados, 
Atraed a mi alma que busca sin cesar la pura luz; 
Y, llenándola de vuestras gracias, 
Que poseen el poder de aumentar la inteligencia, 
Dadle la gracia de poseer para siempre el glorioso privilegio 
De pronunciar con facilidad las elocuentes palabras 
¡Que seducen los corazones! 

     
IV
Himno común a los Dioses

Oídme, oh Dioses, vosotros que gobernáis el timón 
De la sagrada sabiduría, y que, encendiendo en las 
Ánimas de los hombres la llama del deseo del retorno, 
Las atraéis hacia los Inmortales, dándoles, 
Por las indecibles iniciaciones de los himnos, 
El poder de evadirse de la oscura caverna 
Y de purificarse. ¡Oídme, poderosos liberadores! 
Concededme, por la comprensión de los libros divinos 
Y disipando la tiniebla que me rodea, una luz 
Pura y santa a fin de que pueda comprender con claridad 
Al Dios incorruptible y también al hombre que yo soy. 
Que un Daimon perverso jamás, 
Asediándome de males, me retenga, 
Eternamente cautivo en oleaje del olvido, 
¡Alejándome de los Dioses! 
Que jamás, una expiación aterradora, 
Me encadene en la prisión de la vida (del cuerpo) 
Cayendo mi alma en las heladas olas de la generación 
Y en las que no quisiera errar demasiado tiempo! 
Oídme, vosotros, oh Dioses, soberanos de deslumbrante sabiduría, 
Revelad al que se apresura en el sendero ascendente 
Del retorno, los santos éxtasis y las iniciaciones 
¡Que residen en el corazón de las sagradas palabras! 

     
VI
Himno [a la Madre de los Dioses,] a Hécate y a Jano

Salud, madre de los Dioses, Diosa de nombres diversos, 
De espléndida prole. 
Salud, Hécate, que vigilas a las puertas, 
¡Diosa de temible poder! 
Salud también a ti, oh Jano, 
Antepasado de los antepasados, 
¡Zeus imperecedero; salud, oh soberano Zeus! 
Abrid para mi vida, llenándola de bienes, 
Una resplandeciente vía. 
Preservad a mis miembros de funestas enfermedades. 
Y, purificando mi alma 
Por iniciaciones que despierten la inteligencia, 
Arrancadla de la demencia en la que permanece 
Desde que vino a la tierra. 
Sí, os lo suplico, tendedme las manos 
Y mostradme -pues tengo este deseo-, 
Los caminos que los Dioses nos indican. 
Así podré contemplar la luz santísima 
Cuando por vosotros me será concedido 
El poder salir del sombrío tiempo (devenir). 
Sí, os lo suplico, tendedme las manos; 
Y para poder abordar, después de tantas fatigas, 
El puerto de la piedad, 
Enviadme brisas favorables. 
Salud, madre de los Dioses, Diosa de nombres diversos, 
De espléndida prole. 
Salud, Hécate, que vigilas a las puertas, 
¡Diosa de temible poder! 
Salud también a ti, oh Jano, 
Antepasado de los antepasados, 
Zeus imperecedero; salud, oh Zeus todopoderoso! 

     
IX
Himno a[l] Dios [Innombrable]

Oh Tú, que todo lo trasciendes, que estás más allá de todo, 
¿Acaso me es permitido cantarte llamándote de otra manera? 
¿Cómo celebrarte, oh Tú, que eres trascendente a todo? 
¿Con qué palabras dirigirte alabanzas? 
Con ninguna palabra, en efecto, puedes ser nombrado, 
Siendo el único sin nombre, engendras, sin embargo, 
Todo lo que puede enunciar el verbo. 
¿Cómo puede contemplarte la inteligencia? 
Pues Tú no puedes ser abarcado por ninguna inteligencia. 
Siendo el único Desconocido, 
Engendras, sin embargo, todo lo que el espíritu puede conocer. 
Todo lo que puede decir la palabra y todo lo que no puede decir la palabra 
Te proclama. 
Todo lo que puede concebir el espíritu y todo lo que no puede concebir, 
Te glorifica. 
Los deseos de todos y las dolorosas aspiraciones de todos 
Giran alrededor de Ti. 
Delante de Ti todo está en adoración 
Y todo el que posee el conocimiento del signo 
Mediante el cual se Te puede reconocer 
Te canta un himno silencioso. 
Todo procede de Ti mas Tú no procedes de nada 
Y por ello eres solo. 
En Ti todo es inmóvil pero todas las cosas 
Se unen para precipitarse hacia Ti. 
Eres el fin de todo; único y total, 
Lo abrazas todo no siendo ni Uno ni Todo. 
¡Oh Tú, a quien se invoca bajo nombres tan diversos, 
¿Cómo podré llamarte? 
¡Oh Tú, que eres el único a quien no puede llamarse! 
¿Qué celeste inteligencia podrá deslizarse bajo los velos 
Que Te recubren con deslumbrante luz? 
Ten piedad de mí, oh Tú, que estás más allá de todo; 
¿Acaso me es permitido cantarte llamándote de otra manera?  

Traducción: Josep Soler 
 
Antología