Marsilio Ficino a Bernardo Bembo, abogado y caballero, orador veneciano
distinguido por su saber y autoridad: saludos.
Preguntas
por qué a pesar de que he elogiado las artes y muchas otras
cosas, aún no he alabado nunca a la Filosofía que siempre he estudiado
con tanta devoción. Hace algunos días Giovanni Cavalcanti, mi Acates,
me hizo la misma pregunta. Mi respuesta es: primero, que lo que ha sido descubierto
por los hombres puede ser debidamente alabado por ellos en cualquier momento,
pero que la Filosofía, invención de Dios, está mucho más
allá de la humana elocuencia; en segundo lugar, al cantar la alabanza
de cada una de aquellas artes y actividades, en realidad he estado honrando a
la Filosofía, inventora y señora de todas ellas. En verdad es sólo
por su poder y elocuencia que damos a cada arte su debido honor, y consideramos
a cada una merecedora de alabanza en la medida en que comparte la virtud y dignidad
de la Filosofía. Pero siendo esta nuestra madre y nodriza, parece que
a veces con perfecta justicia demanda de nosotros el honor que le es debido,
así que, si ello encuentra favor, de comienzo nuestra alabanza.
Alabanza oratoria de la Filosofía
¡Oh Filosofía, guía de la vida, investigadora de la
virtud, azote del vicio! ¿Qué seríamos nosotros, qué sería
la vida de los hombres, sin ti? Tú has engendrado ciudades, y llamado
al compañerazgo de la vida a los hombres que se encontraban dispersos,
uniéndolos primero en moradas, luego en matrimonio, y después en
la comunión de lengua y de letras. Has sido la inventora de las leyes,
señora de la conducta de los hombres y de la disciplina... Pero, ¿a
dónde lleva esta digresión inesperada? No sé cómo
di comienzo a esta oratoria y canción ciceronianas. Puede que sea dulce
parecida melodía pero ya que es la Filosofía tanto el principio
de la canción como el tema cantado, debemos cantar filosóficamente.
Comencemos pues nuevamente este juego.
Alabanza moral de la Filosofía
La Filosofía es definida por todos como el amor a la verdad y
la devoción por la sabiduría. Pero la verdad, y la sabiduría
misma, son solamente Dios; de lo que se deduce que la Filosofía legítima
no difiere de la verdadera religión, y que la religión legítima
es exactamente lo mismo que la verdadera Filosofía. Si las propiedades
de las palabras derivan en parte de las propiedades de las cosas y en parte de
aquellas de las ideas, como han demostrado con gran detalle Platón, Aristóteles,
Varrón y San Agustín, entonces ciertamente la Filosofía,
la investigadora y descubridora de la concepción de las cosas, dió a
luz a la Gramática, medida del discurso y la escritura correctos.
Si solamente la Filosofía, o la Filosofía sobre todas las cosas,
conoció la naturaleza de las almas, el poder de los actos, la forma de
las obras, la disposición de los espacios, y lo apropiado de los tiempos,
entonces, es ella, sobre todas las cosas, quien enseñó a los oradores
qué decir, y cómo, a quién persuadir, y cuándo. También
enseñó a los poetas qué describir, cómo despertar
las emociones y deleitar al alma. De ello resulta que, sin su asistencia, los
historiadores no podrían servir su oficio.
La Filosofía concedió almas a los estados cuando hizo que las leyes
humanas en la tierra reflejaran las leyes divinas del cielo. Dió a luz
al cuerpo del estado y lo hizo crecer al proveer la agricultura, la arquitectura,
la medicina, la destreza militar y cualquier arte que le otorgue alimento, belleza
o protección.
Así pues, por sobre todas las cosas, la Filosofía arranca de la
miseria a los mortales, y les concede felicidad. Pues ella discrimina lo bueno
de lo malo y nos muestra cómo evitar el mal para que no nos hiera, o cómo
sobrellevarlo con fortaleza de modo que nos hiera menos. Además nos enseña
cómo hallar más fácilmente la bondad, y cómo usar
rectamente los dones que nos ha concedido la naturaleza o la fortuna o que hemos
adquirido por medio del trabajo, para que puedan ser beneficiosos.
Tenía intención de terminar aquí esta carta, querido Bernardo,
y no hacerla más larga de lo usual, pues ya sabes cuánto me disgusta
lo extenso, excepto en Platón, nuestra primera fuente de elocuencia divina;
pero la divina madre, a quien por encima de todo reverenciamos, protesta con
demasiada fuerza. Escucha, por lo tanto, si quieres, las palabras que ahora demanda
de mí, o que, más bien, me sugiere.
Alabanza dialéctica y teológica de la Filosofía
La filosofía emplea las herramientas de la dialéctica,
creadas por su propia mano, para descubrir en las cosas la verdad a través
de la contemplación, la virtud a través del uso, y la bondad a
través de ambas. De ese modo, sugiere muchos principios para la contemplación,
muchos preceptos para la acción, y mucha instrucción para ambas.
Pero de las muchas cosas que enseña debo mencionar a una en particular.
El fin es superior a aquellas cosas que con él se relacionan, al igual
que un amo es superior a sus sirvientes; y así, es muy justo que las cosas
externas, mortales y corporales, deban de servir al cuerpo, y el cuerpo al alma,
los sentidos a la razón, la razón activa a la razón contemplativa,
y la contemplación a Dios. De ahí que todas las artes relacionadas
con las cosas exteriores, el cuerpo, los sentidos y la acción, deban ser
súbditas de la contemplación y concederle precedencia como a su
reina. Ella, es la actividad propia de Dios. No tiene necesidad de un lugar o
instrumento especial, ni sirve a las cosas exteriores; de todas las cosas, ella
es la más duradera, de hecho, es para siempre. Su objeto es eterno. No
importa en cuál lugar, abraza libremente aquello que en todas partes está presente.
Si la vida es una forma de actividad y cuanto más excelente la actividad
más excelente la vida, entonces seguro que la contemplación, siendo
la más excelente de todas las actividades tanto por su valía como
por su permanencia, es también la mejor vida y la más elevada;
y añadiría, la más dulce de todas. Pues a diferencia de
los sentidos, no trata con los placeres impuros, falsos y variables que proceden
de las imágenes externas, sino que poseyendo dentro de sí misma
las verdaderas y eternas causas y la naturaleza de toda cosa, se alimenta y alegra,
pura, verdadera y permanentemente con aquello que es puro, verdadero y permanente.
Digo que extrae un gozo ilimitado de aquello que es sin límites y, lo
más importante de todo, que una vida así, estando más cerca
de la vida de Dios, se transforma en su perfecta imagen.
Así, Dios es a la vez la luz y el ojo de la contemplación humana,
y la contemplación es la luz y el ojo de la acción. Aunque tal
ojo parezca inactivo, sin él la inactividad es mala, pero la actividad
es peor; ambas son enteramente oscuras y miserables. Pero bajo su mandato, laboramos
con éxito en toda actividad. Para los mortales, la sabia Filosofía
les señala esta vida más bienaventurada, establecida en la cima
de todas las cosas, revelándola, ya con su mismo ojo, ya con el dedo de
la dialéctica. A mi juicio, también nos conduce a aquella a través
de cuatro estadios principales: la conducta moral, los estudios naturales, la
matemática y la metafísica:
El divino Platón considera que el alma celeste e inmortal en cierto sentido
muere al entrar en el cuerpo terrestre y mortal, y vive de nuevo cuando lo abandona.
Pero antes de que el alma deje el cuerpo según ley de la naturaleza, puede
hacerlo por medio de la práctica diligente de la meditación cuando
la Filosofía, la medicina de los males humanos, purga la pequeña
y débil alma, enterrada bajo la pestilente inmundicia del vicio, y la
vivifica con la medicina de la conducta moral. Luego, por medio de ciertos instrumentos
naturales, eleva al alma desde las profundidades atravesando todo aquello compuesto
de los cuatro elementos, y la guía a través de los elementos mismos
al cielo. Entonces, peldaño a peldaño por la escala de la matemática,
el alma realiza el sublime ascenso a los más elevados orbes del Cielo.
Y finalmente, cosa más maravillosa que lo que pueden expresar las palabras,
en alas de la metafísica se remonta más allá de la bóveda
celeste hasta el Creador Mismo de los cielos y la tierra. Allí, gracias
al don de la Filosofía, no sólo el alma se colma de felicidad,
sino que como en cierto sentido se convierte en Dios, también llega a
ser esa felicidad misma. Ahí llegan a su fin todas las posesiones, artes
y quehaceres de la humanidad y de entre todo su número tan solo la sagrada
Filosofía permanece. Ahí, tan sólo es verdadera felicidad
lo que es verdadera Filosofía, cuando de hecho se convierte en el amor
por la sabiduría, tal como la definen los sabios. Creemos que la suprema
bienaventuranza consiste en una condición de la voluntad que es deleite
en la divina sabiduría, y amor por ella. Y el que el alma, con la ayuda
de la Filosofía, pueda un día volverse Dios, lo concluimos de lo
siguiente: con la Filosofía como su guía, el alma llega gradualmente
a comprender con su inteligencia la naturaleza de todas las cosas y aprehende
enteramente sus formas; asimismo, a través de su voluntad se deleita en
las formas particulares y las gobierna, así pues, en cierto sentido, deviene
todas las cosas. Habiendo devenido todas las cosas según este principio,
peldaño a peldaño es transformada en Dios, que es fuente y Señor
de todas ellas. Dios en verdad perfecciona toda cosa, tanto por dentro como por
fuera.
La mente humana auténticamente filosófica, al igual que Dios, concibe
también dentro de sí las causas verdaderas y eternas de todas las
cosas. Pero, ¿podemos decir que la mente humana sea capaz de crear cosas
particulares fuera de sí misma? Dejemos a un lado el hecho de que el espíritu
filosófico imita y expresa exactamente las obras secretas de Dios Todopoderoso,
haciéndolas manifiestas en pensamientos, palabras y letras, a través
de diferentes instrumentos y materiales. Sin embargo una cosa, especialmente,
pienso que debe apreciarse: no todos pueden entender el principio o el método
por el cual la obra maravillosamente elaborada del omniexperto creador se ha
construido, sino solo aquél que tiene el mismo genio para el arte. Nadie
puede entender cómo el filósofo Arquímedes juntó esferas
de bronce y les dio movimientos similares al de los cuerpos celestes, a menos
que esté dotado con el mismo genio. Y quien lo entiende, porque así está dotado,
después de reconocerlas puede construir unas similares, con tal de que
cuente con los instrumentos y el material. Dado que el filósofo ha visto
el orden de las esferas celestes, desde dónde son movidas y hacia dónde
van, cómo pueden ser medidos esos movimientos, y a qué dan origen ¿quién
puede negar que su mente es virtualmente una con el autor mismo de los cielos,
y que en cierto sentido sería capaz de crear los cielos y lo que está en
ellos mismos, si pudiera obtener las herramientas y el material celestes? Pues
el filósofo los crea ahora, y aunque con otro material no obstante con
el mismo diseño.
¡Oh maravillosísima inteligencia del celeste arquitecto! ¡Oh
sabiduría eterna, nacida únicamente de la cabeza del más
alto Júpiter! ¡Oh infinita verdad y bondad de la creación,
sola reina de todo el universo! ¡Oh verdadera y generosa luz de la inteligencia! ¡Oh
calidez curativa de la voluntad! ¡Oh generosa llama de nuestro corazón!
ilumínanos, te lo pedimos, derrama tu luz sobre nosotros y enciéndenos,
para que podamos resplandecer internamente con el amor de Tu luz, es decir, con
el de la verdad y la sabiduría. Sólo esto, Dios Todopoderoso, es
Conocerte verdaderamente. Tan sólo esto es vivir bienaventuradamente conTigo.
Pues aquéllos que vagan lejos de los rayos de Tu luz nunca pueden ver
nada claramente, se encuentran perdidos y atemorizados por sombras irreales,
como si se tratara de terribles pesadillas, y en todo lugar atormentados miserablemente
en una noche perpetua. Pues siendo que únicamente aquéllos que
viven celosamente conTigo ven, aman y abrazan bajo Tus rayos aquellas cosas que
son verdaderas, eternas e inconmensurables, tan sólo ellos considerarán
cualquier cosa limitada por el tiempo o el lugar como ilusorio sueño sin
importancia. Y así no pueden ser desalojados de la altísima ciudadela
de la bienaventuranza celeste, ni por el deseo ni por el miedo a las cosas terrestres.
Bernardo mío, pienso que tu Marsilio ya ha escrito todo lo que una carta
puede soportar. Así que adiós, y que tengas fortuna, patrón
de los filósofos; y como has hecho hasta aquí, vive continuamente
en los bienaventurados brazos de la sagrada Filosofía. Te pido que vivas
también siempre atento a Giovanni Cavalcanti, corazón de Marsilio.
Traducción:
J. M. Río
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