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A. - Ya hemos hablado suficientemente de este punto, según creo. M. - Y bien ampliamente, si no me engaño. A. - Pero todavía tienes que explicar cómo es que se dice tan sólo que la naturaleza divina es creante y no creada, siendo así que, como queda evidenciado por las razones expuestas, ambas cosas se dan en ella, crea y es creada. Esas cosas parecen contradictorias. M. - Estás bien atento a todo. Veo, en efecto, que ése es un punto digno de estudio. A. - Sí que lo es. M. - Presta, pues, atención, y aplica la mirada de tu mente a la respuesta que en breves términos te voy a dar. A. - Empieza; te seguiré con toda atención. M. - No pondrás en duda que la naturaleza divina es la creadora del universo. A. - Sigue adelante. Dudar de eso es una impiedad. M. - ¿Percibes igualmente con la fe y el entendimiento que no es creada por nadie? A. - Nada más cierto. M. - ¿No dudas, entonces, cuando oyes que es creada, que no es creada por otra naturaleza sino por sí misma? A. - No lo dudo. M. - ¿Pues qué? ¿No es siempre creante, ya sea que se cree a sí misma, ya sea que cree las otras esencias creadas por ella? Pues cuando se dice que se crea a sí misma, no tiene otro sentido aceptable más que el que crea las naturalezas de las cosas. La creación, en efecto, de ella, es decir, la manifestación de sí misma en algo, es, por cierto, su sustitución por todas las cosas existentes. A. - Lo dicho hasta ahora parece probable. Pero quisiera saber qué enseña la teología sobre esa naturaleza inefable e incomprensible naturaleza creadora y causa de todas las cosas, a saber: si existe, qué es, cómo es, y cómo se define. M. - ¿Y no ha hecho ver con toda claridad a los que contemplan la verdad esa teología que acabas de mencionar, y que se ocupa o exclusiva o principalmente de la naturaleza divina, que de las cosas que han sido creadas por ella se deduce que ella sola subsiste esencialmente, pero que no se entiende lo que es esa esencia? En efecto, no solamente, como hemos dicho repetidas veces, supera esa esencia todo esfuerzo de la humana razón, sino también las más puras inteligencias de las esencias celestiales; y, sin embargo, los teólogos, de las cosas que existen, han venido a descubrir, por el buen uso de su razón, que ella existe; y de las divisiones de las mismas en géneros y especies, diferencias y números, que es sabia; y del movimiento de las cosas, y de la estabilidad de la mente, que vive. Por ese camino llegaron a encontrar la sublime verdad de que la causa de todas las cosas es trisubsistente. Porque, como hemos dicho, del hecho de que las cosas son, se colige que ella es o posee el ser; del orden admirable de las cosas, que es sabia, y por la realidad del movimiento se ha descubierto que es vida. Es, pues, la naturaleza creadora y causa de todas las cosas, y es sabia, y vive, y fundados en eso, los investigadores de la verdad nos han enseñado que por la esencia se entiende el Padre, por la sabiduría el Hijo y por la vida el Espíritu Santo... A. - Ya veo que la respuesta del mencionado santo teólogo1 se apoya completamente en la verdad. Pues, como queda demostrado, no puede, ni en la naturaleza divina ni en la humana, aplicarse el nombre de una relación a una sustancia o esencia. Pero desearía que me instruyeses en breves y claras palabras sobre si todas las categorías, siendo como son diez, se pueden predicar con verdad y propiedad de la suprema esencia, una en tres sustancias, y de las tres sustancias en la misma esencia una. M. - Sobre ese punto no sé quién pueda
hablar con brevedad y claridad. Porque, o se ha de guardar un absoluto silencio,
remitiéndose a la simplicidad de la fe ortodoxa, ya que supera toda
inteligencia, como está escrito: "Tú que eres el único
que posee solo la inmortalidad y habitas en una luz inaccesible", o,
si se pone uno a hablar sobre ello, necesariamente tratará de hacerlo
verosímil por muchos caminos y argumentos, echando, mano de las dos
partes principales de la teología: la afirmativa, que los griegos
llaman La una, es decir, la A. - Sí, hay que volver a esa cuestión. Pero antes tendremos que considerar, según creo, por qué de esos nombres citados, a saber: esencia, verdad, justicia, sabiduría y los demás de esa clase, que parecen ser, no sólo divinos, sino divinísimos, y que no significan otra cosa más que esa divina sustancia o esencia, ha dicho ese mencionado santísimo padre y teólogo que son metafóricas, esto es, trasladadas de la creatura al Creador. Pues pienso que se debe juzgar que habló así no sin una mística y discreta razón. M. - Tienes buenas dotes de observación.. Tampoco sobre este punto debemos pasar precipitadamente. Por eso, respóndeme, te ruego, si puedes pensar que existe algo opuesto a Dios, o concebido a la vez con Él. Opuesto entiendo, o por privación, o por contrariedad, o por relación, o por ausencia, o por concebido a la vez con Él, quiero decir entendido con Él eternamente, sin ser, sin embargo, coesencial con Él. A. - Veo claramente a dónde vas. No me atrevería,
pues, a decir que existe algo que le sea opuesto, ni algo que se entienda
a la vez con Él, que sea M. - Bien discurres, a mi juicio. Así que, si esos nombres divinos mencionados dicen relación a otros nombres que les son directamente opuestos, necesariamente las cosas propiamente significativas por ellos habrán de ser pensadas como teniendo sus correspondientes contrarios opuestos a ellos; consiguientemente, no pueden ser predicadas de Dios, quien no admite ningún opuesto, ni de quien no se conoce algo coeterno que difiera de El por naturaleza. En efecto, la recta razón no puede encontrar ninguno de esos nombres mencionados o de otros similares, del cual no descubra a su vez otro nombre opuesto a él, o que difiera de él dentro del mismo género. Y lo que conocemos en los nombres, debemos necesariamente conocerlo en las cosas por ellos significadas. Pero, como las expresiones de significación divina que en la Sagrada Escritura se predican traslaticiamente de la creatura al Creador (si es que correctamente se dice que algo se predica de Dios, cosa que estudiaremos en otro lugar), son innumerables, y no se las puede encontrar y recoger por el corto alcance de nuestro raciocinio, pondremos unos pocos de esos nombres divinos por vía de ejemplo. Dícese, pues, [Dios] esencia, pero no es propiamente
esencia, pues al Ser se opone el no-ser; es, por tanto, Y lo mismo debemos pensar en el caso de la verdad. Pues a
la verdad se opone la falsedad, y por eso Él no es propiamente verdad.
Es, pues, M. - ¿No hemos dicho que la naturaleza inefable no puede ser significada propiamente por ningún verbo, por ningún nombre o por ningún otro sonido sensible, por ninguna cosa significada? En esto estuviste, en efecto, de acuerdo: No es llamada propiamente, sino metafóricamente, esencia, verdad, sabiduría y otras cosas parecidas, sino que se la llama superesencial, más que verdad y más que sabiduría. Pero, al fin, ¿no parecen ser éstos más a modo de nombres propios? Porque si no es llamada esencia propiamente, sin embargo, se la llama propiamente superesencial; igualmente, si no se llama propiamente verdad o sabiduría, sí que se la llama propiamente verdad y más que sabiduría. No carece, por tanto, de sus nombres propios... A. - También yo me maravillo en qué estaba pensando cuando había pasado por alto sin tocar esta cuestión nada despreciable; por eso, te ruego encarecidamente que me la expongas. Pues comoquiera que se exprese la sustancia divina, por partes muy simples de la oración, o por expresiones compuestas, en griego o en latín, con tal de que se la exprese con propiedad, no parecerá inefable. Pues no es inefable lo que de algún modo se puede expresar. M. - Ahora sí que estás bien alerta. A. - Lo estoy. Pero no veo todavía nada sobre esta cuestión que nos acaba de salir al paso. M. - Vuelve a la conclusión que poco antes hemos
obtenido. Hemos dicho, en efecto, si no me engaño, que hay dos partes
supremas de la teología, y esto no de por nuestra propia cosecha,
sino de la autoridad de San Dionisio Areopagita, que con toda claridad habla
de la teología como dividida en dos partes, a saber, en A. - Creo recordar bien esas dos. Pero no veo todavía de qué nos puedan servir para la cuestión que nos hemos propuesto. M. - ¿No ves cómo estas dos, afirmación y negación, se oponen una a otra? A. - Lo veo; y pienso que no puede haber una oposición mayor. M. - Redobla ahora tu atención. Cuando llegues a obtener plena luz por efecto del razonamiento bien llevado, verás con suficiente claridad que esas dos cosas que parecen contrarias entre sí, no se oponen mutuamente de ningún modo cuando se aplican a la naturaleza divina, sino que por todos los modos se armonizan mutuamente en todo. Mas para que aparezca esto más claro, sirvámonos, de unos pocos ejemplos. Verbigracia, la A. - Todo esto lo veo clarísimamente, a no ser que me ilusione, y las cosas que antes me parecían opuestas entre sí, veo ahora más claro que la luz del sol que, aplicadas a Dios, se armonizan entre sí y no se oponen en nada. Pero tengo que confesarte que todavía no veo qué tiene que ver todo esto con la solución de la cuestión que nos ocupa. M. - Esfuerza un poco más la atención y explícame, en cuanto puedas, a qué parte de la teología afirmativa o negativa pertenecen las expresiones que antes hemos aducido: superesencial, más que verdad, más que sabiduría y las demás parecidas. A. - No me hallo con ánimos para decidirlo por mí mismo. Pues, cuando paro mientes en que esas expresiones carecen de partícula negativa ["no"], temo incluirlas en la parte negativa de la teología; pero, si las adscribo a la parte afirmativa, me doy cuenta de que su sentido no lo consiente. En efecto, cuando se dice: "es superesencial", ninguna otra cosa puedo entender en eso sino la negación de esencia, pues el que dice: "es superesencial", niega de plano que sea esencial, y por lo mismo, aunque la negación no esté expresada en los términos que se pronuncian, no pasa inadvertido su auténtico sentido a los que la consideran bien. En consecuencia, me veo obligado, creo, a reconocer que esas expresiones que parecen carecer de negación, pertenecen, por lo que de ellas se pueden entender, más a la parte negativa de la teología que a la afirmativa. M. - Veo que has respondido con suma cautela y cuidado, y apruebo decididamente el modo como con tanta sutileza has descubierto en la expresión externa de la parte afirmativa el sentido de la negativa. Sea, pues, si te place, la solución de esta cuestión, la siguiente: que esos nombres que, con la adición de las partículas "super" o "más que" se predican de Dios, como que es superesencial, más que verdad, y otras parecidas, comprenden dentro de sí en sumo grado a las dos predichas partes de la teología, de suerte que en la expresión externa revisten la forma de la afirmativa, pero, en cuanto al sentido, la fuerza de la negativa. Podemos concluir con este breve ejemplo: "Es esencia": afirmación; "no es esencia": negación; "es superesencial": afirmación, y a la vez negación, pues en la expresión externa carece de la negación, pero en el sentido la tiene. Pues la que dice: "es superesencial", no dice lo que es, sino qué no es; dice, en efecto, que no es esencia, sino más que esencia, pero no declara qué es eso que es más que esencia, ya que dice que Dios no es una de aquellas cosas que son, sino que es más que las cosas que son, pero no define de ningún modo qué es ese ser... Traducción y
nota: Clemente
Fernández S.I.
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![]() 1ª Parte |
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NOTA | |
1 | S. Gregorio Nacianceno. |