– Dime, Oh
Zeus, ¿cómo
fue que Atis, y Corybas [Cybeles], y Sabazio consiguieron introducirse
aquí entre nosotros o Mitra, que allí se encuentra,
el medo, con su caftán y su gorro, que ni siquiera habla
el griego? Y tú, también, Anubis con rostro de perro ¿cómo
crees que pasarás por un dios si sigues ladrando? Me da
vergüenza,
Zeus, mencionar a todos los ibis, monos, cabras y peores bestias
aún,
que de alguna manera han pasado de contrabando desde Egipto al
Cielo. ¿Cómo
podéis soportar, Dioses, ver que los adoran tanto como a
vosotros mismos, o incluso más? Y tú, Zeus, ¿cómo
puedes tolerar esos cuernos de morueco que pegan en tu cabeza?
–Todo eso
que mencionas sobre los egipcios es ciertamente indecoroso. Sin embargo,
Momo,
la mayor parte de ello es asunto de simbolismo; y quien no es un
adepto en los Misterios en verdad no debe reírse de ello.
(Luciano, La
Asamblea de los Dioses 9-11)
Introducción
Una
extraordinaria variedad de vías se abrió para los pueblos mediterráneos
y europeos en los últimos siglos antes de Cristo y los primeros siglos
después de éste. Los súbditos del Imperio Romano disfrutaban
de una libertad de elección en materia religiosa que no ha tenido paralelismo
hasta los tiempos modernos. La similitud entre una y otra época va más
allá; tanto, que parece como si la presente fuera una recapitulación
acelerada de la anterior. En un caso así, es posible usar la historia
pasada como una lente a través de la cual se puede contemplar nuestra
propia edad con mayor claridad y viceversa. En ambas épocas vemos
degenerar a las viejas religiones debido a una pérdida de entusiasmo genuino
(en el sentido original del término). Los sacerdotes y los ministros se
quedan pegados a sus rituales por miedo o por costumbre, y lo único que
tienen para enseñar a la gente es el moralismo. La vieja religión
romana había crecido tan fosilizada y carente de inspiración como
el 'Iglesianismo' moderno; más aun, las alternativas del agnosticismo
o el ateísmo, aunque útiles como reacción de limpieza, dejaban
al alma tan desierta como lo hacen ahora. En respuesta a la necesidad de ésta,
la iluminación proviene de otra dirección:
lux ex Oriente. En aquellos días, fueron los cultos de Asia Menor,
Egipto y el Oriente Próximo en toda su variedad los que trajeron nueva
vida para las aspiraciones de los occidentales que eran receptivos hacia ellos. Éstos
proclaman que el único propósito de la vida es el desarrollo espiritual,
para lo cual cada uno puede encontrar un medio que mejor se adapte en naturaleza
y nivel. Por supuesto, esto podría conducir a una persona moderna de vuelta
a Cristo, pero sería entonces con una nueva comprensión y en una
nueva relación. La teoría se transforma en experiencia, y los misterios 'las
cosas escondidas' se
transforman en el asunto central de la vida.
Durante demasiado tiempo hemos aprendido acerca de la religión antigua
a través de académicos no creyentes o de chovinistas cristianos
que divorciaban a aquélla de la vida por un lado, y por el otro, de la
fe. Tengo el mayor respeto hacia la industriosidad y la dedicación de
nuestros arqueólogos y clasicistas, pero no hacia la actitud que se aproxima
a los Misterios con el mismo espíritu con el que se hace una clasificación
de tiestos. El estudio de las religiones vivas ya se está liberando del
agnosticismo obligatorio que solía ser exigido en el ámbito académico
moderno, y el caso de la religión antigua no debería ser distinto.
Yo no quiero aprender sobre Platón de un positivista lógico, sino
de un platónico. ¿Es posible comprender aquello en lo que uno no
cree?
Mi marco de referencia es la 'Filosofía Perenne', término que uso
a falta de otro mejor para denominar a la filosofía que asume una unidad
trascendente tras todas las religiones y ve a todas ellas como intentos, cada
uno válido en su tiempo y su espacio, de señalar el camino hacia
la verdadera meta de la existencia humana. Mucha gente puede aceptar esto en
tanto que se aplique a las grandes corrientes religiosas de hoy en día:
Hinduismo, Budismo, Cristianismo, Islam. Pero el asunto es distinto cuando se
llega a religiones tan remotas como las de Cibeles, Mitra u Orfeo. A menudo son
contempladas meramente como intentos extraños
y algo finiseculares de reparar una pérdida de fe en la antigua
religión romana. Fueron mucho más que eso. Hubo millones de devotos seres
humanos no muy distintos de nosotros que vivieron y murieron en esas fes
extrañas para
nosotros.
Hace falta un esfuerzo deliberado de imaginación para comprenderlos. No
es suficiente empatizar con el impulso religioso en general: uno debe ponerse
en el lugar, pongamos por caso, de una persona para la cual Cibeles es Dios y
de todo lo que ello puede significar. En el caso de una iniciación a los
Misterios, uno debe imaginarse que la historia entera de su vida, aquí y
ahora, pivota en torno al gran acontecimiento. Considere los puntos elevados
de su vida, las etapas y las decisiones irrevocables que afectan más a
su progreso desde el nacimiento hasta la muerte: las bodas, la elección
de una carrera, los encuentros con personas singulares... Imagine que aparece
con igual importancia su iniciación en los Misterios de la Gran Madre
a través
del taurobolium, el sacrificio taurino ritual. Visualícese durante
los días de la preparación: su nerviosismo, el gasto y la difícil
puesta en escena del evento que culmina en el momento en que usted se coloca
en el foso y queda empapado de sangre caliente cuando el toro muere sobre la
plataforma que está encima de su cabeza. Esta es una de las cosas por
las que usted ha vivido, y nunca volverá a
ser el mismo.
He elegido un ejemplo extremo aunque no el más extremo, como descubrirán
los lectores. Personalmente encuentro la idea repulsiva, aunque del mismo modo
como pueden repelerme ciertas comidas o dietas; no por ello las llamo veneno.
Hay quienes se alimentan con ellas y para quienes son absolutamente correctas;
y creo que ello es así con la religión. Pero, ¿cómo
puede uno descubrir la rectitud en prácticas y creencias tan distanciadas
del apetito moderno? Únicamente comprendiendo que hay muchos caminos
para la meta y muchos tipos y condiciones de hombres, cada uno de los cuales
va abriendo
su propio camino lo sepa o no.
Las experiencias e inquietudes de los iniciados en los Misterios no incumben
a la gente, y a menudo son inaccesibles, incluso en la imaginación, para
aquellos que no las comparten. Cuanto más intensas son, más privadas
tienden a ser; si se aireasen en público sólo correrían
el riesgo de ser mal comprendidas. Esta es la razón por la cual hay religiones
'mistéricas'. Los Misterios son cosas que se guardan en silencio para
evitar debates inútiles y malentendidos y, en ciertas ocasiones
y lugares, simplemente para no perder la cabeza. La gente de la masa es xenófoba
y odia lo que no entiende. Si has encontrado una perla, no la arrojes a los
cerdos, no vaya a ser que se revuelvan y arremetan contra ti.
El silencio se mantenía de una manera tan admirablemente estricta en la
antigüedad que el investigador curioso puede descubrir muy poco de lo que
sucedía en los rituales de aquellas religiones. Las únicas cosas
que eran puestas por escrito eran aquellas que podían ser hechas públicas
de un modo general; para el resto, la memoria era la mejor cámara y el
silencio, el mejor guardián. Pero el lenguaje más elocuente de
los Misterios no es verbal, sino simbólico. Los símbolos eluden
la precisión limitante de las palabras, una precisión que sujeta
a las ideas con alfileres, como a mariposas, a un único plano cuando ellas
deberían ser libres de revolotear arriba y abajo a través de todos
los niveles del ser y del significado. De ello se desprende que muchas de las
imágenes visuales de este libro son susceptibles de una multitud de interpretaciones,
de las cuales sólo una está sugerida en el pie de figura. El
cambio continuo de niveles y perspectivas, que puede parecer caprichoso al
principio,
es un ejercicio deliberado para expandir la
respuesta mental al simbolismo.
Las láminas dividen el tema en función de las diferentes religiones,
sectas o cultos, tal como son estudiadas normalmente por los eruditos. Si uno
las contempla desde un punto de vista más amplio, emergen ciertas actitudes
espirituales u orientaciones básicas que están descritas en las
secciones sobre los cinco Caminos que vienen a continuación. Estos cinco
Caminos no son particulares para un periodo en cuestión significarían
poco si lo fueran. En cada aspiración humana se encuentra uno o más
de ellos, no importa en qué época o raza. Las religiones Mistéricas
son justificables y comprensibles porque conducen a sus seguidores a lo largo
de esos caminos arquetípicos.
El Camino del Guerrero
En la actualidad, ser soldado no es una realidad para la mayor parte
de la gente en el mundo angloparlante, especialmente para aquellos pertenecientes
a la generación más joven a los que se ha evitado la experiencia
directa de la guerra durante sus vidas. La guerra para nosotros, en el momento
de escribir al menos, es algo que ocurre en el Tercer Mundo. La siempre presente
amenaza de destrucción nuclear bajo la cual vivimos es la antítesis
de una lucha cuerpo a cuerpo con armas afiladas tal como la que los antiguos
conocieron. Por otra parte, las sociedades antiguas tuvieron una relación íntima
con la guerra. Las civilizaciones griega y romana siempre habían sido
dirigidas asumiendo que aquélla era una parte de la vida, tanto como la
siembra y la cosecha. La guerra ocurría entre una y otra: cuando los cultivos
crecían, uno se marchaba de campaña a los campos circundantes y
luchaba con sus vecinos. Algunos hombres nunca volvían y esto era tan
de esperar como la muerte natural. Otros volvían a casa con un botín
y esclavos, y eso era bueno. La guerra siempre es buena para alguien y mala para
alguien más. Por lo tanto, la perspectiva de un soldado es siempre dualista,
o si se quiere, egoísta. Su único objetivo es derrotar a la oposición;
y para que esto pueda ser una manera de vivir para un hombre, éste debe
creer en alguna medida en la validez y el valor de su propia causa. Incluso un
motivo tan innoble como la superioridad racial sirve: el soldado puede sentirse
perfectamente justificado exterminando o esclavizando a una raza o un grupo que él
considere inferior por razones culturales o morales, igual que un jardinero arranca
hierbas para que puedan florecer plantas más útiles o bellas sobre
el mismo suelo. Sin duda, las tribus germánicas y los legionarios romanos
sentían
eso los unos hacia los otros.
La creencia en una causa se transpone muy fácilmente de un nivel pragmático
a otro idealista, y no se tarda en apropiar para el bando de uno conceptos tales
como la Justicia, la Verdad y la Rectitud. Dada la tendencia a la personificación
en el mundo antiguo, las virtudes se personalizan como dioses y diosas y al instante,
las huestes del cielo quedan enroladas en la causa de uno. Atenea apoyaba a los
griegos tal como Hera a los troyanos, y el mismo gran Zeus no era indiferente
al resultado de una batalla entre mortales. Los Dioscuros fueron vislumbrados
luchando al lado de las tropas romanas en el lago Regillus en el año 496
a.C., de igual modo que los Ángeles de Mons se aparecieron a los Aliados
en 1914. Se ofrecen oraciones y sacrificios para asegurar la cooperación
divina, ya que 'si Dios está a nuestro favor, ¿quién puede
estar contra nosotros?'. Los Cruzados se ponen en camino para luchar contra los
enemigos de Cristo con una misa mayor, mientras que los musulmanes confían
que Allah les dará la victoria sobre los idólatras y los politeístas.
Si la guerra no fuese un asunto tan cruel, uno tendría que reírse;
pero esto sería adoptar una visión como la de un ojo de Dios. Consideremos
más bien lo que la guerra, la sagrada y la de otro tipo, significa para
el soldado individual y cómo ella puede constituir realmente un camino
espiritual válido.
Un soldado es llamado a arriesgar su salud corporal en beneficio de una causa
superior: en favor de su país, de aquellos a quien ama, de su fe o de
su rey. Eso significa que debe otorgar más valor a éstos que a
su persona. También debe obedecer órdenes, sometiendo su voluntad
a la de sus oficiales. Acepta una vida muy alejada de las comodidades de su casa
y la familia, y aunque espera volver con los suyos enriquecido por sus hazañas,
sabe que puede morir y no volver a verlos nunca, o regresar mutilado. Todo esto
significa una profunda lección de autohumillación. Por más
arrogante que pueda ser el soldado a primera vista, él renuncia a su individualidad
en el momento en que se pone su uniforme y contempla en el campo de batalla la
posibilidad de su propia aniquilación. Se aproxima mucho al misterio de
la muerte, y aunque no se muestre más sabio por ello, es una lección
para su alma que puede producir frutos en un tiempo venidero.
Algunas personas están destinadas a vivir toda su vida en este contexto;
son la casta guerrera del mundo, cuyo trabajo es gobernar y proteger a la gente.
Su vocación es completamente distinta de la de las otras castas tradicionales sacerdotes
y maestros, comerciantes y campesinos, y como resultado, aplican una ética
diferente. Cuando se plantea la elección de matar o ser matado, el asceta
perfecto entregaría su vida; ¡pero el guerrero golpearía primero
a su adversario! La mayor parte de las religiones del mundo han hecho sitio para
acoger esta actitud. El Samurai japonés, los guerreros sagrados Mahoma
y Arjuna, los Caballeros de la Tabla Redonda: todos
son seguidores de este camino.
En el caso del Cristianismo, hay una disparidad obvia entre el pacifismo propio
de Jesús y el comportamiento de sus seguidores. Durante algún tiempo
antes de Jesús, la hermandad de los Esenios había seguido principios éticos
de la mayor rigurosidad, y si Jesús, como parece probable, fue criado
y educado por ellos, no es sorprendente que sus actitudes reflejen la ética
no-resistencial esenia. No obstante, si esta ética hubiese continuado
siendo la única aceptable para los miembros de la Iglesia, entonces la
Cristiandad se habría quedado en una secta judía idiosincrásica,
como los Esenios; no habría tenido nada que ofrecer a aquellos cuya naturaleza
y disposición les impide adherirse a esa moral particular. Jesús
tenía que ser el Señor de los guerreros, los comerciantes y los
campesinos al igual que de los ascetas. Así, a medida que avanzó la
Cristiandad, el 'Jesús amable, dócil y pacífico' se hizo
también el juez terrible del Mundo y el General de la Iglesia Militante,
protegiendo a su rebaño como un Buen Pastor pero deshaciéndose
de sus enemigos con la rotundidad de un soldado en el holocausto del Infierno.
Cada soldado cristiano podía identificarse entonces con Jesús como
Señor del Juicio Final y sentir que estaba cumpliendo con su obligación
al destruir a los adversarios de su Dios incluso cuando éstos se
denominaban a sí mismos
cristianos.
El Cristianismo no fue el único culto que amplió su base original.
La religión de Isis, que atraía grandemente a los habitantes
de las ciudades y a las mujeres de clase media en los tiempos del Imperio,
daba
la bienvenida a Lucio (en: Apuleyo, Metamorfosis xi, 15) con estas palabras:
'Enrólate en este servicio militar sagrado'. Pero más frecuentemente,
la lealtad de los verdaderos guerreros se dirigía hacia los dioses abiertamente
militares: Marte, Hércules, Sol Invicto, Júpiter Doliceno y, especialmente,
Mitra. El Mitraísmo estaba basado en una visión del mundo realmente
guerrera; imaginaba un Señor de la Luz supremo, poderoso allende cualquier
cosmos conocido para el hombre, a quien constantemente se oponía el supremo
Oscuro Señor Ahrimán. De este modo, para el Mitraísta, todo
el universo está en un perpetuo estado de guerra entre el bien fundamental
y el mal fundamental. Mitra es un dios inferior a quien Ormuz envía a
conducir el lado del bien en nuestro cosmos de ahí el Zodíaco
que a menudo lo envuelve a él y a sus actos. Toda la vida es una batalla
que continúa incluso después de la muerte cuando los demonios y
los ángeles se disputan la posesión de nuestras almas; luego la
guerra entre humanos es natural como una imagen de la lucha cósmica e
incluso metacósmica. Por fuera, un soldado de Mitra debe aliar sus energías
y aspiraciones con el bando de los ángeles; por dentro, debe hacer de
su vida una representación continua del sacrificio taurino creativo mortificando
lo meramente físico, simbolizado por el toro, de manera que el espíritu
vivificador pueda fluir más
abundantemente en lo sucesivo.
El símil de un soldado ascendiendo desde el grado de soldado raso a través
de sucesivas promociones se podría aplicar acertadamente a la serie de
grados iniciáticos que el Mitraísmo y las otras religiones Mistéricas
ofrecían a sus devotos. El guerrero esperaba desarrollar, en el curso
de las iniciaciones, un desprendimiento creciente de sus preocupaciones personales
y del miedo, y una capacidad de tomar decisiones fiables pero rápidas
sobre los asuntos de la vida y de la muerte. Como 'vía guerrera' moderna
se podría citar a la Francmasonería, siempre fuerte en la Fuerzas
Armadas, con su típico acento en las virtudes militares de la hermandad
y la lealtad, sus iniciaciones secretas y a veces amedrentadoras, su sistema
de grados y el formidable poder político que ha ejercido tras los escenarios
de la historia. Y como camino de nivel individual, más que colectivo,
está el complejo de Artes Marciales que ha sido cultivado largamente en
el Lejano Oriente. Éstas toman las necesidades existenciales de un guerrero
como la base para el desarrollo de cualidades espirituales, especialmente la
de actuar a la velocidad del rayo confiando en la intuición más
que en el pensamiento. Extrapolando a partir de lo que se conoce de estos fenómenos
modernos, uno puede aproximarse con la imaginación a los antiguos cultos
militares.
La vida en la tierra, según la Filosofía Perenne, es como una escuela
en que las almas humanas son sometidas a varias pruebas, algunas de ellas de
una naturaleza más o menos dolorosa; y es sólo a través
de esas experiencias o iniciaciones como se puede realizar un progreso. Toda
persona viva o muerta, y no sólo el aspirante consciente, está comprometida
con la labor hercúlea de elevarse desde el estado de un animal al de un
dios. A veces las pruebas, y los cambios de conciencia que éstos requieren,
llegan tranquilamente. En ocasiones ocurren puramente a un nivel mental; pero
en otras ocasiones, y especialmente cuando la persona es densa o insensible de
alguna manera, las pruebas descenderán y adoptarán la forma de
un accidente físico o de una enfermedad. En tal caso sobreviene una batalla
entre las fuerzas de la curación y las que pretenden destruir el cuerpo.
Es exactamente así en la colectividad: hay cambios sociales y culturales
que son 'iniciaciones' inevitables para la humanidad. Si son aceptados, podrán
desarrollarse pacíficamente y el progreso será tranquilo. Si se
resiste a ellos, vendrán de igual manera pero ocurrirán a un nivel
físico bajo la forma de una guerra o una revolución
sangrienta.
El periodo bajo escrutinio los primeros cuatro o cinco siglos después
de Cristo conoció cambios de ambos tipos. Quizás el resultado
de mayor alcance fue la extensión a todo el Imperio del privilegio de
la ciudadanía romana y el aliento que ello infundió en las personas
para verse a sí mismas como miembros individuales de una gran familia
más que como fragmentos inconscientes de una tribu o raza provincial.
Se logró este paso, en parte, por una aquiescencia pacífica y en
parte, por una conquista por la fuerza. Hoy en día estamos frente a un
panorama similar, sólo
que a escala global, con las mismas opciones.
Cuando el cambio ha de ocurrir de una manera violenta, el instigador puede
ser una especie de avatar o de encarnación divina de orden menor encargada,
como un cirujano, de la desagradable tarea de operar en el cuerpo político.
Puede que sea elegido por ser su habilidad manipuladora como es, más que
por tener alguna comprensión consciente del asunto entre manos. El emperador
Juliano, por ejemplo, comprendía muy bien las profundas corrientes espirituales
de su época e intentó anularlas sin éxito: él no
era un hombre práctico. Por otra parte, Alejandro el Grande (quien con
razón era uno de los héroes de Juliano) era supremamente práctico,
si bien confesó que él no era su propio maestro. Cuando fue preguntado
por los Brahmanes hindúes por qué persistía en hacer la
guerra, respondió lo
siguiente:
"Está ordenado por la Providencia divina que seamos servidores de
los decretos de los dioses. No se levantan olas en el mar a menos que sople el
viento, ni un árbol se pone en movimiento a no ser que el viento lo toque;
así, tampoco el hombre actúa si no es que es impulsado por la divina
Providencia. De buena gana desistiría de hacer la guerra, pero el Señor
de mi espíritu no me lo permite. Pues si todos fuéramos unánimes,
el cosmos se estaría quieto..." (Pseudo-Calístenes
3, 6).
Podía haber estado hablando por la raza humana en su conjunto.
Traducción:
Marc García
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