Serge Hutin (m. 1997), doctor y diplomado en Ciencias religiosas e investigador del C.N.R.S. (Francia), ha publicado entre otros Les Gnostiques, Les Sociétés Secrètes (Presses Universitaires de France, París, col. "Que sais-je?"), Histoire des Rose-Croix (Le Courrier du Livre, 1959), Histoire mondiale des sociétés secrètes (Club des Amis du Livre, 1959), Paracelse: l'homme, le médecin, l'alchimiste (La Table Ronde, 1966), Robert Fludd, Alchimiste et Philosophe Rosicrucien (Omnium Littéraire, París 1971). Este texto pertenece a su libro L'Alchimie (P.U.F., íd. 1951), que fuera publicado en castellano en 1962 por Eudeba, Buenos Aires.

Antología de Textos Herméticos
LA ALQUIMIA
SERGE HUTIN
1ª Parte
INTRODUCCION

Nada más fácil, en apariencia, que definir la alquimia. Es, se dice corrientemente, el arte de la transmutación de los metales, seudociencia de la Edad Media, cuyo fin era la fabricación del oro. Y muchos completan esta definición con una condena desdeñosa y categórica exclamando con el químico Fourcroy:

"La alquimia ha ocupado a muchos locos, ha arruinado a una multitud de codiciosos e insensatos y embaucado a otra multitud aún más grande de crédulos1." 

Sin embargo, al estudiar la cuestión con menos ligereza, se observa que tras el término alquimia se oculta una realidad histórica extremadamente compleja.

"La historia de la alquimia -escribe Berthelot- es muy oscura. Es una ciencia sin raíz aparente, que se manifiesta de pronto en el momento de la caída del Imperio Romano y que se desarrolla durante toda la Edad Media, entre misterios y símbolos, sin salir del estado de doctrina oculta y perseguida; en ella los sabios y los filósofos se mezclan y confunden con los alucinados, los magos y los charlatanes y, a veces, hasta con malvados, estafadores, envenenadores y falsificadores de moneda."

El problema dista mucho de estar claro y, si numerosos trabajos eruditos han sido consagrados a la Alquimia, ésta no permanece menos profundamente desacreditada a los ojos de la mayoría del gran público, que habitualmente no hace diferencias entre "alquimista", "hechicero" y "charlatán". La alquimia habría sido una especie de arte más o menos mágico, consistente en la ingeniosa combinación de pases mágicos, retortas e invocaciones al Diablo, con el fin de obtener oro, o simular su obtención ante los ojos de papanatas maravillados... Si la alquimia no hubiera sido nada más que eso durante todo el largo período que fue cultivada, no merecería, por cierto, haber sido estudiada por tantos sabios e historiadores modernos, en primer término el gran químico Berthelot. Pero, cuando se sabe diferenciar a los verdaderos alquimistas de los estafadores y charlatanes que pretenden ser adeptos del arte sagrado se observa que la alquimia, lejos de reducirse a la simple fabricación de oro, era en realidad algo más noble y complejo. Así, un estudio imparcial aunque rápido de la antigua "ciencia de Hermes" es del más alto interés. Es una exploración verdaderamente apasionante de los tiempos pasados, a la cual invitamos al lector. 


¿QUE ES LA ALQUIMIA?

Volvamos a la definición corriente de la alquimia:

"El arte de hacer oro".

El alquimista era un "hacedor de oro", alguien que procuraba enriquecerse al menor costo posible y, muy a menudo, a expensas ajenas... Sin embargo, este prejuicio es un grave error. Las tentativas experimentales de los verdaderos alquimistas para transmutar los metales eran emprendidas no para enriquecerse sino con el propósito de aportar una prueba material a su sistema

"en interés de la ciencia",

como se diría hoy. De ahí, las múltiples precauciones empleadas por los adeptos para ocultar sus secretos a los ojos de los profanos; de ahí su desdén por aquellos a quienes llaman "sopladores", es decir, simples fabricantes de oro, los que buscaban empíricamente la Piedra filosofal y que, ignorantes de las teorías iniciales ensayaban al azar los procedimientos más heteróclitos y concluían a veces su carrera como estafadores o monederos falsos. 

ETIMOLOGIA. Pero ¿qué era entonces la alquimia propiamente dicha? Interroguemos primero a la etimología de la palabra. Esta es árabe en su forma (el-Kimyâ), pero griega en su raíz. Kimyâ deriva, sin duda, de Khem ("el país negro"), nombre que designaba a Egipto en la antigüedad. La palabra misma, nos aporta útiles informes en cuanto a la patria de origen, real o simbólica, del arte sacro

CARACTERES GENERALES. En lo relativo a su fisonomía general, la alquimia presenta todas las características de un arte oculto, escondido, reservado a ciertos iniciados, y que no debe ser comunicado al vulgo. Es en esto donde desde el principio difiere fundamentalmente de la ciencia moderna. La alquimia se trasmite por tradición oral o escrita; en secreto, de maestro a discípulo. Se basa en las revelaciones y en los viejos secretos trasmitidos por una literatura emblemática. El alquimista nada tiene que descubrir; sólo reencontrar un secreto. Por eso la alquimia ha permanecido tan semejante a sí misma durante largos siglos: si su simbolismo y algunos de sus desarrollos pudieron exhibir variadas formas durante la Edad Media y hasta el siglo XVI, sus teorías básicas sobre la constitución de la materia no cambiaron. La alquimia es un arte oculto, decíamos; también un arte maldito, condenado por teólogos (y antes que ellos, por el Derecho Romano tardío), y que se desarrolló al margen de los cánones oficiales del saber y a veces contra ellos. Necesitamos considerar ahora la alquimia tal como la definían los mismos alquimistas. 

LA FILOSOFIA HERMETICA. Los alquimistas se adjudicaban de buen grado el título de filósofos, y lo eran en efecto en un género particular, toda vez que se consideraban depositarios de la Ciencia por excelencia, constituida por los principios de todas las demás, que explica la naturaleza, el origen y la razón de ser de todo lo que existe, que narra el origen y el destino del universo entero. Esta doctrina secreta era la madre de todas las ciencias, la más antigua, la que estudiaba el mundo y su historia y que, según la tradición, había sido revelada a los hombres por el dios Hermes (el Thoth egipcio), origen del nombre de filosofía hermética dado a esta doctrina. Pero es abusiva la confusión de esta doctrina y las operaciones propiamente dichas. La alquimia fue ante todo una práctica y, por lo tanto, la aplicación de la filosofía hermética. 

LAS TEORIAS ALQUIMICAS. La alquimia en el sentido estricto del término era un arte práctico, una técnica, pero como tal se apoyaba sobre un conjunto de teorías relativas a la constitución de la materia, a la formación de las sustancias inanimadas y vivas, etc., teorías que constituían los postulados de donde partía el alquimista. 

LA ALQUIMIA PRACTICA; SUS FINES. La alquimia práctica, aplicación directa de la alquimia teórica, era la búsqueda de la Piedra filosofal. Presentaba dos aspectos principales complementarios: la transmutación de los metales, que era la Gran Obra en el sentido estricto del término, y la Medicina universal. Eran éstos los dos poderes esenciales de la Piedra. 

Los alquimistas suponían que los metales eran vivos y que en estado de pureza debían presentarse con la forma del oro, metal perfecto. De ahí la definición más corriente de la alquimia.

"La alquimia es la ciencia que enseña a preparar cierta medicina o elixir que al ser proyectado sobre los metales imperfectos les comunica la perfección en ese mismo momento2".

Pero licuando la Piedra se obtenía el elixir de larga vida, que debía asegurar a su poseedor la prolongación de la vida hasta la casi perpetuidad de la existencia, y a la vez la Panacea, remedio milagroso que restauraba la fuerza y la salud del organismo. Tal era la Medicina universal: se procuraba encontrar lo que hoy se llamaría un "regenerador celular". 

La Piedra filosofal debía igualmente comunicar a su poseedor toda clase de poderes maravillosos: volverse invisible, mandar a las potencias celestes, desplazarse a voluntad en el espacio, etcétera. Pero esos poderes mágicos serán mencionados sobre todo en la literatura alquímica solamente al fin de la Edad Media, lo mismo que los otros problemas que hasta el Renacimiento vinieron a injertarse en el de la Piedra: el alkaest (descubrir un "disolvente universal", capaz de desintegrar todos los cuerpos), el homunculus (fabricar artificialmente un hombre), etcétera. 

LA ALQUIMIA MISTICA. Es una muy distinta concepción de la alquimia; según algunos autores, y en particular los pensadores de la francmasonería, la alquimia era una Mística. La terminología alquímica tenía, en realidad, un sentido figurado y significaba el oro espiritual. El propósito del alquimista no era la búsqueda del oro material: era la purificación del alma, las metamorfosis progresivas del espíritu. Los "metales viles" eran los deseos y las pasiones terrenales, todo lo que entorpece el desarrollo del ser humano auténtico. La Piedra filosofal era el hombre transformado por la transmutación mística. La transmutación del plomo en oro era la elevación del individuo hacia lo Bello, la Verdad, el Bien, la realización del arquetipo que cada ser humano lleva dentro de sí. El hombre era la materia misma de la Gran Obra, y así se explica este pasaje de los Siete capítulos de Hermes.

"La Obra está contigo y reside en ti de tal modo que, al hallarla en ti mismo donde está siempre, la tienes constantemente, cualquiera fuere el lugar donde te hallares, en la tierra o en el mar." 

EL "ARS MAGNA". Pero la concepción más grandiosa de la alquimia es el Ars magna ("Gran Arte"), llamada a veces arte regia: en Europa se la encuentra principalmente desarrollada entre los autores del siglo XV y posteriores. He aquí la definición que le da uno de sus intérpretes modernos, A. Savoret: 

"La alquimia verdadera, la alquimia tradicional, es el conocimiento de las leyes de la vida en el hombre y en la naturaleza, y la reconstrucción del proceso mediante el cual esta vida, adulterada aquí abajo por la caída de Adán, ha perdido y puede recobrar su pureza, su esplendor, su plenitud y sus prerrogativas primordiales: lo que en el hombre moral se llama redención o regeneración, perennidad en el hombre físico, purificación y perfección en la naturaleza; en fin, en el reino mineral propiamente dicho, refinamiento y transmutación. El fin de la alquimia se apoyaba así en la comprobación de una caída, de una decadencia, de una degradación de los seres de la naturaleza. La suprema Gran Obra (Obra Mística, Vía del Absoluto, Obra del Fénix) era la reintegración al hombre de su dignidad primordial. La Piedra filosofal daba al adepto la excelencia iluminativa física y moral, la felicidad perfecta, la influencia sin límites sobre el universo, la comunión con la Causa Primera. Encontrar la Piedra filosofal era descubrir lo Absoluto, la verdadera razón de ser de todas las existencias, poseer el Conocimiento perfecto (gnosis). La ascesis y la práctica se asocian estrechamente en esta alquimia trascendente: Capaz de inventar, entre los órdenes diversos del ser, correspondencias fantásticas -escribe A.-M. Schmidt-, impone a sus sectarios una ascesis sujeta a reglas precisas. Mientras en el Huevo filosófico, globo de cristal cuidadosamente cerrado, vigilan la cocción y la metamorfosis del compost, mezcla secreta de la cual, como de un embrión prisionero del útero, nacerá la Piedra filosofal, deben pasar por las gradaciones lentas de un proceso de purificación. Profesan la creencia de que para realizar la Gran Obra, regeneración de la materia, deben procurar la regeneración de su alma... Así como, en su vaso sellado, la materia muere y resucita perfecta, de igual modo ellos anhelan que su alma, al caer en la muerte mística, renazca para llevar en Dios una existencia extasiada. Se jactan de ceñirse en todo al ejemplo de Cristo que, para vencerla, hubo de sufrir o, más bien, aceptar el golpe de la muerte. Así, para ellos, la imitación de Cristo es no solamente un método de vida espiritual, sino hasta un medio de regular el curso de las operaciones materiales de las cuales provendrá el Magisterio." 

El adepto resulta así capaz de realizar la Obra física, la regeneración del cosmos. La transmutación, después de operarse en el secreto del alma humana, debe manifestarse en el mundo material. La Piedra filosofal, materia animada más perfecta que todos los seres, semejante a la materia prima de la Creación cuando el Caos hubo sido animado por el Fuego divino, extiende su acción a todos los reinos: animal, vegetal y mineral. El alquimista, en conocimiento de las leyes que según él han presidido la formación de los seres, puede reproducir los cuerpos que tenemos a la vista:

"Lo que la naturaleza hizo al principio, decían los alquimistas, podemos hacerlo remontando el procedimiento que ella ha seguido; lo que ella quizás hace todavía, con ayuda de los siglos, en sus soledades subterráneas, podemos hacérselo terminar en un instante ayudándola y poniéndola en mejores circunstancias" (Hoefer).

Pero el adepto busca también el descubrimiento y la fijación de un fermento misterioso, que es precisamente la Piedra, y que no sólo permite retardar casi indefinidamente la desintegración de los cuerpos, sino también asegura el progreso rápido de los seres hacia el estado superior, regenerando todos los seres imperfectos, cambiando los metales "leprosos" en oro y devolviendo la salud a los enfermos. El alquimista se transforma en un verdadero superhombre, regenerador del mundo. 

Resulta, así, mucho más difícil dar una respuesta precisa a la pregunta: ¿qué es la alquimia? Esa palabra abarca diferentes dominios, que pueden ser agrupados en cinco aspectos principales: 

1. Una doctrina secreta, la filosofía hermética

2. Teorías que se podrían calificar de "científicas" sobre la constitución de la materia. 

3. Un arte práctico cuyos fines principales son la transmutación de los metales y la medicina universal. 

4. Una mística. 

5. El Ars Magna, curiosa alianza de misticismo, aspiraciones religiosas, teosofía y procedimientos prácticos, especie de síntesis de los aspectos precedentes. 

Hubo tantos alquimistas como categorías precedentemente distinguidas: unos interesados casi exclusivamente en la transmutación de metales en oro (crisopea) o en plata (argiropea), otros en la medicina; unos, ante todo prácticos; otros, especulativos que trataban de disimular sus doctrinas heterodoxas tras el velo de alegorías y de símbolos; algunos fueron sobre todo místicos. Pero los maestros del "arte regia"3 han cultivado simultáneamente todos los aspectos posibles. 

Exteriormente la alquimia ha evolucionado mucho a través del tiempo; en Occidente no adquiere su fisonomía definitiva hasta la Edad Media y a veces hasta el siglo XVI. 

El estudio de la alquimia no es, pues, tan fácil como algunos podrían creer, tanto más cuanto que es difícil, hasta para un historiador sensato, abandonar el punto de vista de la ciencia contemporánea para buscar, detrás de un lenguaje especial de extraño porte, conceptos que a primera vista parecen insólitos y extravagantes al hombre moderno. 


LA FILOSOFIA HERMETICA
I. GENERALIDADES
Hemos visto que los alquimistas se asignan de buen grado el epíteto de "filósofos", y que muchos de ellos pretenden aportar un conocimiento profundo de la naturaleza: la filosofía hermética

FORMACION Y CARACTERES GENERALES. Es una doctrina o mejor, un conjunto de doctrinas perpetuado en el decurso de la Edad Media por obra de múltiples influencias. Esta filosofía hermética ha acarreado los restos de todas las doctrinas teosóficas de fines de la Antigüedad, que fueron combatidas por la Iglesia con encarnizamiento pero que no dejaron de marchar subterráneamente durante muchos siglos: hermetismo propiamente dicho, gnosis diversas, paganismo místico, religiones de misterios, neoplatonismo... Más tarde la filosofía hermética recurrió a la Cábala judía, aunque sin llegar a confundirse con ella. 

Lo más extraño es que este conjunto de doctrinas diversas se presente como un coherente sistema tradicional no carente de grandeza. Doctrina secreta, oculta a la vista del profano tras el velo de alegorías y de símbolos, trasmitida por tradición oral y por iniciación, trató de estabilizarse, sobre todo a partir del siglo XV, en un sistema coordinado. Pese a las divergencias entre los autores, las ideas principales persisten invariables desde los libros de conjuros de la Edad Media (y los tratados antiguos...) hasta los voluminosos tratados de Paracelso y de Fludd. 

EL UNIVERSO. Como lo hace notar precisamente Lambert,

"el campo de estudio del alquimista no va más allá del sistema o, más bien, del universo solar; esto debe tenerse presente. En los tratados de alquimia se habla a veces de constelaciones, pero éstas sólo sirven para definir la posición de los planetas del universo solar en el cielo".

Se encuentra, sin embargo, entre los adeptos todo un sistema del mundo: en el centro, la Tierra; luego, los círculos de los siete planetas y el círculo de las estrellas fijas; después el Empíreo, el reino de los espíritus puros, y por fin, fuera del conjunto del universo, Dios mismo, creador de ese Todo que él "envuelve" en cierto modo, que

"circunscribe todo sin estar él mismo circunscripto" (ver fig. 1).

Aparecen en esta concepción las líneas generales de la cosmología gnóstica.4 
Concepción gnóstica del universo.
fig. 1. Concepción gnóstica del universo (según Leisegang).


DIOS Y EL MUNDO. Los textos herméticos insisten ora sobre la inmanencia de la Divinidad en el mundo, ora sobre su trascendencia respecto del universo. De hecho Dios no es independiente del mundo y tiende a menudo a abismarse en él. Los autores emplean sin violencia la expresión "naturaleza naturante" (Natura naturans) para designar la Divinidad. (Esta expresión no ha sido inventada por Spinoza: mucho antes se la encuentra en Robert Fludd y en Giordano Bruno, quienes la tomaron de los hermetistas medievales.) Por extensión todo ser en el mundo, todo lo que existe, es una parte de Dios. Más aún: la historia del mundo es también la historia de Dios; sin la creación, Dios se reduciría a una simple posibilidad indiferenciada; si Dios es visible en el universo, es porque se ha expresado por su intermedio (cf. más adelante, § 2). 

LA UNIDAD COSMICA. Hay así un solo Ser que se nos presenta con formas infinitamente variadas. Y la Piedra filosofal se constituye en el símbolo mismo de esta unidad cósmica.

"La Piedra de los filósofos también es llamada vegetal, animal mineral, porque de ella misma, en sustancia y en ser, los vegetales, los animales y los minerales han nacido5."

La teoría de la unidad de la materia es como el leit motiv de todos los autores herméticos:

"Uno es el Todo, por él el Todo, para él el Todo, y en él el Todo"

escribe Zósimo, y en la faz final de su Testamentum el pseudo Lulio inscribió la siguiente fórmula: Omnia in Unum ("Todo en Uno"). Tras la diversidad de accidentes con que las cosas se revisten, se esconde una esencia común a todos los seres de la naturaleza. Esta concepción es retomada por Jacob Boehme, quien escribe en su De Signatura Rerum:

"Cuando hablo del Azufre, del Mercurio y de la Sal, sólo entiendo una cosa única, espiritual o corporal; todas las criaturas son esa cosa única, pero las propiedades las diferencian. Cuando hablo de un hombre, de un animal, de una planta o de un ser cualquiera, todo ello es la misma cosa única. Todo lo que es corporal es una misma esencia, plantas, árboles y animales; pero cada uno difiere según que, al principio, el Verbo fiat le haya impreso una cualidad."

(Este es el fundamento de la doctrina de las "Signaturas" ampliamente desarrollada por Paracelso.) 

LA VIDA DEL COSMOS. Se concibe el mundo como un vasto organismo. Todo es animado, vivo: la idea de la unidad de la materia y del vínculo íntimo entre lo que existe se acompaña de un vitalismo generalizado.

"El mundo -decía ya el neoplatónico Jámblico-, es un animal vivo cuyas partes, cualquiera sea su separación, están ligadas entre sí de modo conveniente."

Todo lo que existe vive y posee un alma; la vida evoluciona, y se transforma sin solución de continuidad, desde la piedra hasta Dios.

"La Naturaleza, incluido el Universo, es una, y su origen sólo puede ser la eterna Unidad. Es un vasto organismo en el cual las cosas naturales se armonizan y simpatizan recíprocamente6."

La muerte, nos lo dice el mismo Paracelso en su De Natura Rerum, no es más que la disociación de los seres y su

"retorno al cuerpo de su Madre".

Además, todo está poblado de espíritus, desde ángeles hasta demonios, comprendidos los "espíritus elementales" de los cuales Paracelso ha trazado una lista detallada: las "salamandras", espíritus del fuego; los "silfos", genios del aire y de las tempestades; las "ondinas", espíritus de las aguas; los "gnomos", potencias terrestres, guardianes de cavernas y tesoros... 

LA TEOLOGIA SOLAR. En el cosmos, el centro de la energía no es otro que el Sol, productor incesante de la fuerza universal, designado por diversos nombres: Telesma ("Tabla de Esmeralda"), Archeo (Paracelso, van Helmont), Alma del Mundo (Fludd)... 

Por su coagulación, esta luz formó los cuerpos y los materiales de que se compone el universo sideral. El Sol mantiene los seres en existencia; su energía anima al mundo y al hombre. De ahí el carácter divino atribuido al Sol, fuente de toda vida: la energía una, emanada del Sol, vivifica constantemente los seres del universo. Los adeptos reencuentran así el antiguo culto solar: el astro del día se hace tabernáculo de la Divinidad, expresión visible del Verbo divino. 

EL DUALISMO SEXUAL. Una de las teorías que más escandalizaron a los teólogos es la del dualismo sexual, ampliamente desarrollado por los autores herméticos: todas las oposiciones, todas las simpatías y antipatías verificables en el mundo provienen de la oposición de dos principios complementarios: uno activo y masculino, otro pasivo y femenino. Reaparecen aquí antiguas concepciones milenarias: Dios era hermafrodita antes de la Creación; luego se dividió en dos seres opuestos de cuya cópula nació el mundo (cf. más adelante, § 2). El Sol es masculino; la Tierra, femenina. El principio femenino se encarna más particularmente en la Luna. Es la Madre, la diosa siempre fecundada pero siempre virgen, representada por una mujer coronada de estrellas que lleva en su cuerpo el cuarto creciente. La unión del hombre y la mujer, la oposición del principio generador y del principio fecundado, constituye la explicación última. De ahí toda una serie de símbolos tomados del lenguaje sexual y expresados en formas muy variadas. 
Sello de Salomón.
fig. 2. Sello de Salomón.


LOS TRES MUNDOS.

"Hay tres mundos -dice Robert Fludd-: el mundo arquetípico, el macrocosmo y el microcosmo; es decir, Dios, la naturaleza y el hombre".

El mundo divino encierra en sí la esencia de toda manifestación, envuelve todos los mundos pues es ese "círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna". El mundo material y el hombre están construidos según ese mismo plan divino: hay tres Personas divinas, tres principios materiales (el "Azufre", la "Sal" y el "Mercurio"), tres principios que forman el ser humano (el cuerpo, el espíritu y el alma). Todo es analogía, correspondencia... 

MACROCOSMO Y MICROCOSMO. Entre el universo y el ser humano los alquimistas buscan principalmente correspondencias sutiles. El hombre es llamado microcosmo ("mundo pequeño"), porque ofrece en síntesis todas las partes del universo. El hombre, por otra parte, es un reflejo del macrocosmo, formado de acuerdo con las mismas leyes.

"Lo que está arriba es como lo que está abajo" (Tabla de Esmeralda);

cf. diagramas tales como el sello de Salomón, cuyos triángulos equiláteros entrelazados representan, el uno, el macrocosmo y el otro, el microcosmo (fig. 2). El nacimiento del hombre es análogo al del universo (cf. Paracelso:

"El estudio de la matriz es también la ciencia de la génesis del mundo").

El dualismo universal se señala en el hombre por la separación de los sexos, que antes estaban reunidos: Se reencuentra en Boehme y en muchos otros teósofos esta antigua teoría del androginato primitivo del hombre, común a tantas mitologías antiguas. 

LA CAIDA Y LA SALVACION. El universo y el hombre están hoy en un estado de decadencia. Los adeptos cristianos desarrollan con muchas variantes la teoría del pecado original, siempre considerado un divorcio entre el alma y la carne, y la influencia de ésta sobre aquélla. Pero el hombre puede alcanzar la salvación, tanto más cuanto que el alma humana es, por esencia, una porción segmentada del alma divina. El hermetismo se prolonga muy naturalmente en el misticismo activo, el éxtasis, el iluminismo. La iluminación, unida al Arte, puede devolver la eternidad perdida y preparar la regeneración del propio cosmos. 

PARALELISMO ENTRE LA NATURALEZA Y EL ARTE. El arte alquímico y la Naturaleza están en estrecha correspondencia. El arte, por otra parte, según la expresión de Robert Fludd es solamente

"el mono de la naturaleza":

el laboratorio del adepto es en sí una especie de microcosmo, de pequeño mundo en relación con el universo. De ahí el principio, con frecuencia formulado, según el cual la Gran Obra realiza un proceso análogo al de la Creación del mundo. El alquimista reconstruye en vaso cerrado el trabajo de la naturaleza y, en cierta medida, hasta el de la Divinidad. Y la literatura alquímica es rica en frases de este género:

"Al principio Dios creó todas las cosas de la nada, masa confusa de la cual hizo una clara distinción en seis días. Así debe suceder en nuestro magisterio."

Traducción: Carlos Nogués.

 

Antología
  
NOTAS
1 ROGER  BACON, Espejo de la alquimia (en latín; hay trad. francesa por A. Poisson). 
2 Ibid. 
3 Observemos que la expresión arte regia designaba también, en el lenguaje de las corporaciones medievales, a la arquitectura. 
4 Cf. H. LEISEGANG, La gnose, trad. franc., París, Payot, 1951, cap. II.
5 KHUNRATH, Amphitheatrum.
6 PARACELSO, Philosophia ad Athenienses.