Plutarco: Obras Morales y de Costumbres. Edición de Manuela García Valdés (Ed. Akal, Madrid 1987), que contiene todos los Diálogos Píticos, o sea los relacionados con Delfos, donde Plutarco fue sacerdote de Apolo durante muchos años. La E era un objeto-ofrenda al dios, grabado igualmente en algunas monedas que representaban su templo en Delfos. El presente texto se completa con otro breve de Ananda K. Coomaraswamy.

Antología de Textos Herméticos
SOBRE LA "E" DE DELFOS
PLUTARCO

Muy recientemente, querido Sarapión, me encontré por casualidad con unos versitos que no están mal, respecto a los cuales Dicearco opina que Eurípides fue el que los dijo a Arquelao

No quiero, yo pobre, hacer regalos a un rico, no vayas a juzgarme insensato o que, con las dádivas, parezca que pido.

Pues en nada es objeto de agradecimiento el que da de su escasez pequeños regalos a los que poseen mucho, sino siendo sospechoso de que da por algo, gana fama de malicia y de bajeza. Mira, en efecto, cuán inferiores son los regalos de dinero que los que proceden de la palabra y de la sabiduría. En cuanto a éstos, es hermoso hacerlos y cuando se hacen reclamar a su vez otros semejantes de los que los reciben. Yo, en todo caso, como primicias te envío a ti y, a través de ti, a los amigos de ahí algunos de mis tratados píticos, y confieso que espero otros más numerosos y mejores de vuestra parte, ya que, de hecho, disfrutáis de una ciudad grande y tenéis más medios para el estudio debido al mayor número de libros y a toda clase de conferencias. Nuestro querido Apolo en cuanto a las dificultades de la vida parece remediarlas y darles una solución pronunciando oráculos a los consultantes. Pero las referidas al mundo del pensamiento él mismo las suscita y las propone al filósofo por naturaleza, al infundirle en su espíritu un deseo que le arrastra hacia la verdad, como es evidente en otros muchos ejemplos y también en el caso de la consagración de la E. Esta, en efecto, es natural que ni por azar ni como por un sorteo entre las letras ocupe ella sola el lugar de preferencia junto al dios y tome la categoría de una ofrenda sagrada y de un objeto digno de contemplación; sino, bien por haber visto en ella un poder especial y extraordinario, o bien por hacerla símbolo de algún otro significado valioso, los que primero filosofaron en serio respecto al dios así la colocaron. En otras ocasiones, muchas veces cuando la cuestión era presentada en la escuela la apartaba delicadamente y la dejaba a un lado, pero recientemente fui puesto en apuros por mis hijos que tenían los mismos deseos que unos extranjeros que estaban a punto de marcharse de Delfos, y no estaba bien que me desviase y los rechazase a ellos que tan animosamente deseaban escuchar algo. Así, los hice sentarse a lo largo del templo y yo, por mi parte, comencé la discusión y aquéllos, por la suya, las preguntas; por el lugar y los mismos temas me vino a la memoria lo que hace tiempo, con ocasión de que Nerón estaba presente, oímos a Amonio y a algunos otros que trataban en el mismo lugar la misma cuestión surgida de manera semejante.

2. Que el dios no es menos filósofo que adivino, parecía bien a todos y en relación con esto Amonio consideraba y explicaba cada uno de sus sobrenombres: es Pítico para los que comienzan a aprender y a inquirir; Delio y Faneo para quienes una parte de la verdad ya es evidente y se muestra clara; Ismenio para los que poseen el saber, y Lesquenorio cuando emplean el tiempo y disfrutan dedicándose a dialogar y a filosofar unos contra otros. Continuaba Amonio: «puesto que el origen de la filosofía está en la búsqueda, y el origen de la búsqueda está en sentir asombro y perplejidad, con razón la mayor parte de lo que hace relación al dios, está como encubierto por enigmas y requiere la pregunta de por qué y la explicación de la causa. Por ejemplo en cuanto al fuego perpetuo, aquí se quema sólo madera de abeto y se emplea laurel como incienso; el hecho de que están erigidas dos estatuas de las Moiras cuando en todas partes se tiene por costumbre que sean tres; el que ninguna mujer pueda acercarse al oráculo ; y lo del trípode; ¡y cuántos otros datos semejantes! Interrogantes que planteados a hombres que en absoluto son faltos de reflexión y de espíritu les sirven de cebo y les invitan a examinar, a informarse y a dialogar acerca de ellos. Mira también esas inscripciones: «Conócete a ti mismo» y «Nada en exceso», ¡cuántas investigaciones han promovido de parte de los filósofos y cuán gran número de razonamientos han surgido de cada una como de un esperma! De entre estas cuestiones, ninguna, creo, fue más fecunda en comentarios que la actualmente investigada por nosotros.»

3. Habiendo dicho esto Amonio, mi hermano Lamprias tomó la palabra: «Por cierto, nosotros hemos oído una explicación que es sencilla y muy breve. Dicen que los antiguos sabios, llamados por algunos sofistas, eran cinco: Quilón, Tales, Solón, Biante y Pítaco. Más tarde, Cleobulo el tirano de Lindos y luego Periandro de Corinto, que en nada participaban de virtud ni de sabiduría, gracias a su poder, a sus amigos y a sus recompensas tergiversaron totalmente la opinión y metieron su nombre entre los de los sabios, y emitieron y difundieron por la Hélade algunas máximas y sentencias semejantes a las dichas por aquéllos. Entonces los sabios se irritaron, aunque no quisieron refutar su altanería ni, por la fama, enemistarse abiertamente y entrar en lucha con hombres tan poderosos. Pero se reunieron aquí ellos entre sí y, después de dialogar unos con otros, consagraron como ofrenda la letra que es la quinta en el orden del alfabeto y que indica el número cinco, queriendo testimoniar ante el dios que son cinco, y rechazando y echando al sexto y al séptimo como no teniendo que ver con ellos. Que no se dice esto en vano, cualquiera podría darse cuenta si escucha a los del templo, quienes atribuyen la E de oro a Libia, la esposa del César, y la de bronce a los Atenienses, y la primera y más antigua que es de madera, aún actualmente la llaman la de los sabios, significando que no fue de uno sino una ofrenda común de los cinco».

4. Amonio sonrió suavemente, al sospechar que Lamprias había expresado una opinión personal y que había inventado la narración y la idea de que era de otros, para no tener responsabilidad. Otro de los presentes dijo que esta explicación era semejante a la tontería que recientemente dijo un extranjero Caldeo. Según éste, existen siete letras que emiten un sonido propio, como hay siete astros en el cielo que tienen un movimiento autónomo e independiente; y la E desde el comienzo fue la segunda en el orden de las vocales, como el Sol viene detrás de la Luna entre los planetas, y que Apolo es lo mismo que el sol todos los Griegos, por así decir, lo creen, pero estas cosas –dijo– son fruto sin duda ninguna de los que dicen la buenaventura y de los charlatanes. Lamprias sin darse cuenta, según parece, incitaba a los del templo contra su propia explicación. Pues, lo que él dijo, ninguno de los Delfios lo conocía. Y éstos difundían ante todos la opinión común y extendida de que no es el aspecto externo ni el sonido sino sólo el nombre de la letra lo que tiene un valor simbólico.

5. «Indica, en efecto –como los Delfios suponen y como en su nombre decía el sacerdote Nicandro–, el signo característico de la conversación con el dios y ocupa el lugar preferente en las preguntas que los consultantes hacen en cada ocasión: si van a vencer, si se casarán, si les conviene navegar, si cultivan la tierra, si salen de viaje. El dios que es sabio manda a paseo a los dialécticos que piensan que no existe ningún hecho real detrás de la partícula «si» y de la frase que va detrás de ella. El considera y acepta todas las preguntas subordinadas a esta partícula como hechos reales. Además, puesto que es propio de nosotros preguntarle como adivino y es norma común suplicarle como un dios, se piensa que la palabra si encierra la posibilidad de súplica igualmente que la de pregunta; cada uno de los que suplican dice: «si yo pudiera». Y Arquíloco escribió:

"Si de mi Neobula pudiera tocar la mano"

En cuanto a eithe [ei-then: ojalá], se dice que su segunda sílaba es superflua, <como también then> del verso de Sofrón Ella que deseaba a la vez tener hijos. Y en el verso de Homero:

Así también yo arruinaré tu fuerza. [Ilíada.]

El valor de deseo de ei es ya suficientemente demostrado.»

6. Una vez que Nicandro contó esto, mi amigo Teón –tú lo conoces en efecto– preguntó a Amonio si se le permitía a la dialéctica, tan ultrajada y en mal concepto tenida, libertad de palabra. Amonio le invitó a hablar para socorrerla, y entonces dijo: «Ciertamente, el dialéctico por excelencia es el dios, la mayor parte de los oráculos lo demuestran, pues él, sin duda, igual puede resolver las incertidumbres que proponerlas. Es más, como decía Platón, cuando fue dado el oráculo de duplicar el volumen del altar de Delos, problema que exige una suprema capacidad en geometría, el dios ordenó esto sólo para exhortar a los griegos al estudio de la geometría.

De la misma manera, produciendo oráculos ambiguos el dios consolida y hace desarrollarse la dialéctica, al mostrar que es necesaria para los que intentan comprenderle correctamente. En la dialéctica, sin duda, tiene una importancia enorme esa conjunción condicional, ya que configura la relación esencialmente lógica, ¿Cómo, pues, no va a ser importante la premisa condicional, si las fieras sólo tienen conocimiento de la existencia de los hechos, y es el hombre solo a quien la naturaleza ha concedido la visión e interpretación de la relación entre ellos? En efecto, que es «de día» y que hay «luz», lo perciben, sin. duda, los lobos, los perros y los pájaros; pero, que «si es de día, hay luz» ningún otro ser lo comprende excepto el hombre, porque él sólo tiene conocimiento del antecedente y del consecuente, de su significación y conexión mutuas, de su semejanza y su diferencia, a partir de las cuales las demostraciones toman el fundamento más firme. Así pues, como la filosofía trata de la verdad, y la luz de la verdad procede de la demostración, y el fundamento de la demostración es la proposición hipotética, con razón el término que la expresa y la produce fue consagrado por los sabios al dios que ama, por encima de todo, la verdad.

Además, el dios es adivino, y el arte adivinatorio es hacia el futuro a partir del presente o del pasado, pues nada se produce sin causa, ni nada se prevé sin razón. Y, ya que todo lo presente sigue al pasado, y el porvenir al presente, y están articulados según una sucesión que va desde el principio al fin, el que tiene la facultad de relacionar las causas unas contra otras según el orden natural y de enlazarlas en un todo sabe y predice

lo que es, lo que será y lo que fue.

Homero ordenó bien el presente en primer lugar, y luego el futuro y el pasado, pues el silogismo parte del presente de acuerdo con la importancia de la premisa condicional: «si es esto, esto otro precede», y, a su vez, «si esto es, esto otro se producirá». Pues el arte de la lógica es, como se ha dicho, conocer las relaciones de causalidad, y la percepción da a la razón el conocimiento de los hechos. De ahí que, aunque sea pesado decirlo, no dejaré de repetir que ese razonamiento es el trípode de la verdad: es él, que estableciendo la relación del consecuente con el antecedente, y luego añadiendo la constatación de la realidad, conduce al fin de la demostración. Así pues, Apolo Pítico si se complace en la música, en el canto de los cisnes y en los sonidos de la cítara, qué tiene de extraño que por amor a la dialéctica tenga afición y acoja con cariño esa partícula de la que ve que los filósofos hacen muy especial y frecuente uso? Heracles, muy al principio, cuando aún no había liberado a Prometeo ni había tenido trato con los sabios en torno a Quirón y a Atlante, y aún era un joven y un perfecto Beocio, rechazaba la dialéctica y se mofaba de la E; en un segundo tiempo decidió sustraer por la fuerza el trípode y luchar con el dios por su arte, y según avanzaba en edad también él parece que llegó a ser muy entendido en la adivinación y en la dialéctica.

7. Una vez que Teón terminó, creo que fue el Ateniense Eústrofo el que nos dijo: «Ves cuán ardorosamente defiende Teón la dialéctica, poco le faltó para revestirse con la piel de león. De la misma manera nosotros que hacemos del número esencia y principio de todas las cosas sin excepción igual divinas que humanas, y que muy especialmente lo consideramos causa primera y soberana de lo bello y estimable, es natural que no quedemos en silencio, sino que ofrezcamos al dios las primicias de la querida ciencia de las matemáticas. Consideramos que la E no se distingue en sí misma de las otras letras ni por la significación, ni por la forma, ni por la pronunciación, sino que se le ha honrado con preferencia porque significa el número cinco, importante y soberano en el universo; número a partir del cual los sabios dieron a «contar» el nombre de «quintar». Esas cosas me decía sin bromear Eústrofo, ya que yo entonces estaba dedicado con pasión a las matemáticas, pero, una vez entrado en la Academia, pronto iba a tener en cuenta en toda situación el «Nada en exceso».

8. Así pues, dije que Eústrofo con el número resolvía muy bien la dificultad. Afirmé en efecto: «Todo número está clasificado en par o impar, y la unidad por su esencia es a la vez uno y otro (puesto que añadida al número impar lo hace par, y al par lo hace impar); en cambio, el primero de los pares se considera el dos, y de los impares el tres, y el cinco se origina sumados éstos uno con el otro. Con razón, pues, obtuvo un lugar de honor el número primero que resulta del primero par y del primero impar, y se le llama «nupcial» por la semejanza del número par con el sexo femenino, y de lo impar con el sexo masculino. En efecto, cuando se dividen los números en partes iguales, el número par se divide enteramente y deja como un espacio en su interior que espera ser colmado; en cambio, en el impar si sufre la misma operación siempre queda en el mismo un resto de la división. Y es porque es más fecundo que el otro y cuando se une siempre prevalece, nunca es vencido. Pues, por ningún tipo de unión, surge de ambas partes un número par, sino siempre impar. Aún más, cuando un número se pone encima de otro de la misma clase y se suma, se deja ver la diferencia entre el par y el impar, pues ningún número par sumándose a uno par produce un impar ni sale de sus propiedades al ser por su debilidad e imperfección incapaz de engendrar el opuesto. Sin embargo, números impares unidos a otros impares hacen muchos pares a causa de su capacidad de engendrar en toda circunstancia. Pero el momento actual no es oportuno para examinar las otras propiedades y diferencias de los números. Así pues, como se ha dicho, al número cinco que resulta de la unión del primer número macho y del primer número hembra los Pitagóricos lo llamaron «nupcial». También se le ha llamado «naturaleza», porque al multiplicarlo por sí mismo acaba otra vez en sí mismo. En efecto, igual que la naturaleza cuando toma y acepta trigo en grano le origina en su interior muchas transformaciones y cambios gracias a los cuales conduce la obra a su fin, pero después de todos los procesos hace salir al exterior trigo devolviendo, al final de todo, lo del comienzo, de la misma manera, mientras que los restantes, cuando se les multiplica por sí mismos, acaban con la operación en otros distintos, el cinco y el seis, sólo ellos, tantas veces se multipliquen por sí mismos se reproducen y se recobran a sí. En efecto, seis veces seis son 36, y cinco veces cinco son 25. Y, a su vez, esto se da en el seis una vez y solamente cuando se le eleva al cuadrado. En cambio, el cinco además de comportarse así cuando es multiplicado, es particularmente propio de él por adición producir alternativamente un número que acaba en cinco o en una decena, cuando se le suma su propio valor, y esto ocurre hasta el infinito. Este número es imitación del principio que ordena el universo. Pues como este principio a partir de sí mismo forma el cosmos, y a partir del cosmos de nuevo aparece como resultado él mismo,

«y como el fuego –según dice Heráclito– se cambia en todos los elementos, y éstos a su vez en fuego, igual que del oro surgen las monedas de oro y las monedas de oro se transforman en oro»,

de la misma manera la asociación del cinco consigo mismo está naturalmente dotada para no generar nada imperfecto o extraño a sí y presenta transformaciones definidas, pues se produce a sí mismo o bien produce la decena, esto es, o genera lo de su especie o bien lo perfecto.

9. Si alguien se pregunta qué tiene que ver esto con Apolo, diremos que tiene relación con Apolo y también con Dioniso quien tiene en Delfos una parte en nada menor que Apolo. Oímos decir, en efecto, a los teólogos que los celebran en poemas y en prosa, que la divinidad es por naturaleza incorruptible y eterna y experimenta transformaciones por efecto del destino y por una ley ineluctable. Unas veces su naturaleza remonta al fuego asimilando todo en todo; otras veces llega a tomar toda clase de formas con apariencias, estados y propiedades diferentes, como actualmente es, y se llama mundo con el nombre más corriente. Los sabios por ocultar a las masas la transformación en fuego lo llaman Apolo por su unicidad, y Febo por ser puro e incorruptible. Cuando el cambio del dios produce el orden del mundo, con los aires, el agua, la tierra, los astros y el nacimiento de las plantas y de los seres vivos, a ese estado y transformación lo llaman en enigma como «un esparcimiento» y «desmembración», y le dan el nombre de Dioniso, Zagreo, Nictelio, Isodetes, y luego concluyen el discurso con muertes y desapariciones, y con renacimientos y regeneraciones, palabras oscuras y relatos apropiados a los cambios dichos. Y cantan en honor de Dioniso ditirambos llenos de sentimientos y de movimientos que expresan la agitación y el extravío. Pues como dice Esquilo:

El ditirambo mezclado de gritos debe acompañar a Dioniso en sus fiestas.

Pero en honor de Apolo el peán, canto ordenado y moderado. Los artesanos representan en pinturas y estatuas a Apolo que no envejece y siempre joven, y a Dioniso con muchos aspectos y figuras diferentes. En una palabra, al primero le atribuyen la igualdad, el orden y la gravedad sin mezcla. En cambio, al segundo un humor desigual que es mezcla de broma y de insolencia, de seriedad y de locura, al que invocan con el grito de evohé que agita a las mujeres, Dioniso rodeado de posesas que le tributan culto.

Ciertamente no tomaron mal lo propio de la transformación de cada dios. Además es desigual el tiempo de los períodos de estos cambios: uno al que llaman «saciedad» es más largo que el otro, a éste más pequeño lo llaman de «escasez»; observan en este punto la proporción, al cantar en los sacrificios el peán durante la mayor parte del año, en cambio al comienzo del invierno hacen callar el peán y despiertan el ditirambo durante tres meses e invocan a Dioniso en lugar de Apolo. Y precisamente esta relación de nueve a tres es la que creen que corresponde en el tiempo, con la del universo ordenado y con la de la conflagración general por el fuego.

10. Pero en estas explicaciones me he alargado más de lo conveniente a la circunstancia presente. Al menos queda claro que hay una afinidad entre el dios y el número cinco: éste bien se reproduce a sí mismo como el fuego, bien forma a partir de sí mismo la decena como el fuego al cosmos. Y en cuanto a la música que es especialmente querida por el dios ¿creemos que no tiene relación con este número? La ciencia de la armonía consiste especialmente, por así decir, en los acordes. Y estos son cinco y no más, el razonamiento lo demuestra aunque se quiera convencer de ello absurdamente por la experiencia sobre las cuerdas de la lira y sobre los agujeros de la flauta. Todos los acordes toman su origen en la relación de los números: la cuarta reposa en la relación de cuatro a tres, la quinta en la de tres a dos, la octava en la de dos a uno, la quinta sobre la octava en la de tres a uno y la doble octava en la de cuatro a uno. Y en cuanto a la que los músicos añaden a estas que llaman la cuarta sobre la octava se sale de la medida y no se la debe admitir irracionalmente por el oído y en contra del razonamiento como es gusto hacer por costumbre. Así pues, voy a pasar por alto las cinco posiciones del tetracordio y los cinco primeros tonos, modos o si se les quiere llamar armonías, cuyos extremos son el grave y el agudo, y los restantes según se alejen más o menos debido a la tensión o relajación de las cuerdas. ¿No es verdad que si existen muchos, más bien infinitos intervalos, los que usan en música son sólo cinco: el sostenido, el semitono, el tono, el triple semitono y el doble tono, y que ningún otro espacio mayor o menor, en el dominio de los sonidos, limitado por el grave y el agudo tiene valor musical?»

11. Y seguía yo: «dejando de lado otras muchas consideraciones semejantes haré intervenir a Platón que sobre el mundo dice que si existen otros además de éste y no es único este nuestro hay en total cinco y no más. Sin embargo, incluso si nuestro mundo es sólo uno y único en su género, como piensa por ejemplo Aristóteles, de alguna manera también él está formado y compuesto de cinco mundos: de éstos uno es el de la tierra, otro el del agua, el tercero y el cuarto el del aire y el del fuego; en cuanto al quinto, el del cielo, unos lo llaman «luz», otros «éter», y otros le dan el nombre de «quinta esencia» en la medida en que es la única de entre los cuerpos que está dotada por naturaleza de movimiento circular y no es debido a una necesidad externa ni al azar. Y también porque Platón habiendo observado las cinco figuras más hermosas y más perfectas que hay en la naturaleza: la pirámide, el cubo, el octaedro, el icosaedro y el dodecaedro, asignó debidamente cada una a cada uno de estos cinco elementos.

12. Hay incluso quienes ponen en relación las facultades de los sentidos, que son iguales en número, con aquellas primeras sustancias. Observan que el tacto es resistente y se parece a la tierra; que el gusto llega a las cualidades de los sabores gracias a la humedad. El aire golpeado se hace por oído, voz y ruido. De los dos restantes, el olfato al que le corresponde el olor que es una exhalación y se produce por el calor tiene relación con el fuego. Y la vista tiene un brillo que es afín al éter y a la luz y, a partir de estos dos elementos, produce una mezcla de la misma naturaleza y consistencia a la suya. Ni los seres vivos tienen otros sentidos, ni el mundo tiene otras sustancias simples y puras. Por tanto, según parece, existe una admirable correspondencia y paralelismo de los cinco sentidos con las cinco sustancias.»

13. Y al punto deteniéndome y dejando pasar un tiempo dije: «Eústrofo, ¿qué nos ha ocurrido? Por poco omitimos a Homero, como si no fuera el primero que dividió el mundo en cinco partes. El atribuyó las tres partes de en medio a los tres dioses, y las dos partes extremas, el Olimpo y la tierra, de las cuales una es el límite de las regiones inferiores y otra el de las regiones superiores, las dejó comunes e indivisas. Pero, como dice Eurípides, volvamos al tema. Los que ensalzan el número cuatro no sin razón enseñan que todo cuerpo tiene su origen en relación con él. Pues todo sólido se da si se toma la altura con la longitud y la anchura; y la longitud presupone el punto que corresponde a la unidad; la longitud sin anchura se le llama línea y corresponde al dos; el movimiento de la línea en la extensión origina la superficie análoga al tres; y si se añade la altura a éstos el incremento promueve el sólido gracias a los cuatro elementos. Para todo el mundo está claro que el cuatro hace avanzar la naturaleza hasta un punto, hasta lograr el cuerpo sólido y presentar el volumen tangible y resistente, y luego la deja falta de lo más importante. En efecto, el ser inanimado, por decirlo en una palabra, es huérfano e imperfecto e impropio para cualquier cosa si no lo utiliza un alma. Y el movimiento o la índole del cambio que infunde al alma se origina gracias al número cinco y proporciona a la naturaleza su acabamiento. El número cinco tiene la condición de ser más poderoso que el cuatro en tanto en cuanto el ser vivo sobrepasa en dignidad al ser inanimado. Además, por tener más fuerza la proporción y capacidad del número cinco, no permitió que los seres animados siguiesen en infinitas especies, sino que produjo cinco clases de todos los seres vivos. En efecto, están los dioses, los démones, los héroes, después de éstos, en cuarto lugar, la especie humana, y la última y quinta los seres privados de razón, los animales. Más aún, si se dividiese en partes la propia alma conforme a la naturaleza, lo primero y más humilde de ella es la facultad vegetativa, lo segundo es la facultad sensitiva, luego la facultad de desear, y a continuación de ésta la de irritarse; y en la facultad de razonar el alma alcanzando y cumpliendo la perfección de su naturaleza se para, como en el punto más elevado, el quinto grado.

14. Tantas y tan importantes cualidades tiene este número, y distinguido es también su origen, no el que ya expresamos que resulta del dos y del tres, sino el que produce el primer elemento de los números al unirse al primer cuadrado. En efecto, el primer elemento de todo número es la unidad, y el primer cuadrado es cuatro; de estos dos como una forma y una materia que alcanzan su cumplimiento resulta el cinco. Y si algunos consideran rectamente la unidad como el primer cuadrado porque al hacer el cuadrado de ella acaba en ella misma, entonces el cinco se origina de los dos primeros cuadrados y no queda atrás por ello la excelencia de su noble nacimiento.

15. Y esto es lo más importante, pero temo, una vez dicho, vaya a abrumar a nuestro Platón, como él decía que había abrumado a Anaxágoras el nombre de la luna, cuando éste consideraba una teoría sobre su iluminación como suya propia siendo en realidad muy antigua. ¿No dijo esas cosas en su Crátilo? –«Ciertamente, dijo Eústrofo, pero no comprendo por qué es un caso semejante»–. «Sin embargo, tú sabes sin duda que en el Sofista demuestra que los principios esenciales son cinco: el ser, la identidad, la alteridad, y el cuarto y el quinto, además de éstos, el movimiento y el reposo. A su vez, sirviéndose de otra clase de división, en el Filebo dice que uno es lo infinito y el contrario lo finito, y que la unión de ambos constituyen toda la creación. La causa por la que se produce la unión la sitúa como cuarto principio, y nos deja sospechar el quinto, gracias al cual lo que está unido presenta de nuevo separación y división. Conjeturo que dice esto como imagen de la primera división, pues la creación corresponde al ser, la infinidad al movimiento, la finitud al reposo, la identidad al principio de unión y la alteridad al principio de separación. Y si no se da esta correspondencia, él habría admitido, no obstante, en un caso y en otro cinco géneros y principios diferentes. Sin duda, alguien se adelantó dándose cuenta de esto primero que Platón, y es por lo que consagró la E al dios, como signo y símbolo del número del universo. Y por otro lado Platón también comprendió que el bien se muestra bajo cinco formas, de las cuales la primera es la moderación, la segunda la proporción, la tercera la inteligencia, la cuarta los conocimientos, las artes y las opiniones verdaderas acerca del alma, y la quinta el placer puro y sin mezcla de alguna pena, si existe. Y acaba entonces citando un verso órfico: En la sexta generación cesad el buen orden del canto.

16. Además de lo que os dije, añado para Nicandro:

Un canto breve cantaré para los inteligentes.

En el sexto día del mes, cuando haces bajar a la Pitia al pritaneo, hacéis el primero de los tres sorteos para los cinco nombres, echando aquélla tres, y tú dos. ¿Acaso no es así? –Y Nicandro dijo: «Así es; pero la causa está prohibido decirla unos a otros»–. «Pues bien, dije yo sonriendo, hasta que el dios nos permita conocer la verdad cuando seamos su sacerdote, se añadirá también esta cualidad a las ya referidas sobre el número cinco.»

Así tomó fin, según yo recuerdo, el elogio de las propiedades aritméticas y matemáticas de la E.

17. Amonio, como también él pensaba que en las matemáticas está una parte muy importante de la filosofía, se gozó en lo hablado y dijo: «No merece la pena contestar con demasiado detalle a lo dicho por estos jóvenes, excepto que cada uno de los otros números suministrará no poca materia a aquéllos que quieran alabarlos y celebrarlos. ¿Y para qué hablar de los demás? El número siete, consagrado a Apolo, necesitaría el día entero antes de que llegásemos a exponer de palabra todas sus propiedades. Además, ¿vamos a denunciar a los sabios que "han luchado" contra la opinión común y "contra el tiempo antiguo" cuando rechazaron el lugar de honor al siete para consagrar el cinco al dios en la idea de que le era más conveniente? Creo que no es un número, ni un orden, ni una conjunción, ni ninguna otra parte del discurso lo que significa la letra. Es, en cambio, la perfecta interpelación y saludo al dios, que lleva al que la pronuncia, al mismo tiempo que la dice, al conocimiento de la esencia del dios. En efecto, el dios, a cada uno de nosotros que llega aquí le dice, como para darle la bienvenida, el «conócete a ti mismo» que sin duda en nada es inferior al saludo «alégrate». Y nosotros, a su vez, contestando al dios «tú eres», afirmamos que le damos la apelación del ser, verdadera, exacta y la única adecuada a él solo.

18. Pues nosotros realmente en nada participamos del ser. Toda naturaleza mortal que está entre el nacimiento y la muerte presenta de sí misma una imagen inconsistente, y una apariencia confusa e incierta. Y si se quiere fijar el pensamiento sobre ella para comprenderla, igual que cuando se recoge agua en la mano con el fin de retenerla y en el mismo apretar desaparece corriendo lo recogido, de la misma manera la razón persiguiendo la claridad absoluta de cada uno de los seres pasibles y cambiantes se descarría bien hacia su nacimiento bien hacia su muerte, y no puede comprender nada permanente ni de existencia real. Según Heráclito, «en un mismo río no es posible meterse dos veces», ni tocar dos veces la sustancia mortal en el mismo estado; a causa de la viveza y rapidez del cambio, se dispersa y de nuevo se reúne, más bien ni de nuevo ni después, sino simultáneamente se forma y se deforma, se acerca y se aleja. Es por lo que el llegar a ser de la sustancia mortal no acaba en el ser, porque jamás cesa ni se detiene su génesis: a partir del esperma transformándose continuamente produce el embrión, luego el recién nacido, después el niño, el adolescente a continuación, el joven, el hombre adulto, el hombre maduro y el viejo; destruye los primeros estados de su desarrollo en favor de los siguientes. Y, sin embargo, nosotros tememos ridículamente una sola muerte, cuando hemos muerto y estamos muriendo tantas veces. Pues no sólo 'la muerte del fuego es el origen del aire, y la muerte del aire el origen del agua», como decía Heráclito, sino esto es aún más evidente en nosotros mismos. El hombre maduro es destruido por el viejo que se forma, y el joven fue transformado en el hombre maduro, y el niño en el joven, y en el niño el recién nacido. El de ayer ha muerto para dar el de hoy, y el de hoy muere para dar el de mañana. Ninguno permanece ni es idéntico, sino llegamos a ser muchos, en torno a una sola apariencia y blando molde común de la materia que gira y se desliza. En efecto, si permanecemos los mismos, ¿cómo nos gozamos actualmente en unas cosas y anteriormente en otras diferentes, amamos y odiamos, admiramos y censuramos cosas contrarias, disponemos de palabras diferentes y de sentimientos diferentes, y tenemos un aspecto exterior, una figura y un pensamiento que tampoco son idénticos? No es natural, pues, que sin cambio se experimenten estados diferentes, ni cambiar y ser el mismo; si no es el mismo, no existe; en esto mismo en que se cambia se llega a ser diferente de lo que se era antes. Son los sentidos los que nos hacen creer, por desconocimiento del ser verdadero, que la apariencia tiene una existencia real.

19. ¿Cuál es el ser que existe realmente? Lo que es eterno, lo no engendrado, lo incorruptible, aquello que en ningún momento del tiempo sufre cambio. El tiempo, en efecto, es algo movible y que tiene una apariencia semejante a una materia en movimiento, corre sin cesar y no se detiene; es como el recipiente de la destrucción y del nacimiento. Ciertamente, el llamado «después», el «antes», lo que «será» y lo que «ha sido», son por ellos mismos el reconocimiento de su no existencia. Pues de lo que aún no participó del ser, o de lo que ha cesado de ser, decir de ello que es, es una tontería y un absurdo. Cuando fijamos el pensamiento especialmente en la noción de tiempo y decimos los términos «existe», «está presente» y «ahora», mientras la razón penetra profundamente en ellos, a su vez, ellos se le escapan. Pues el presente, estando repartido necesariamente entre el pasado y el futuro, se estrecha como un resplandor de luz para los que quieren verlo. Y si la naturaleza que es medida por el tiempo, experimenta las mismas cualidades que lo que la mide, nada de ella es permanente ni existe, sino todo está llegando a ser y destruyéndose según el ritmo que le es común con el tiempo. Es por lo que no es lícito decir del ser que era o que será, puesto que éstos son vicisitudes y alteraciones de lo que no ha nacido para persistir en el ser.

20. La divinidad existe, si es que es necesario decirlo; y no existe en algún momento del tiempo, sino en la eternidad la cual es inmutable, fuera del tiempo, que no sufre inflexión, y de la cual nada es anterior, ni posterior, ni futuro, ni pasado, ni viejo, ni joven. El ser divino siendo único llena la sucesión del tiempo en un único presente, y es sólo lo que existe según esa manera esencial de ser, no habiendo sido, ni debiendo ser, ni habiendo comenzado, ni debiendo acabar. Así los que le honran conviene que lo saluden y le digan: «eres»; o también ¡por Zeus! como algunos de los antiguos dicen: «eres uno solo». Pues no es múltiple la divinidad, como lo es cada uno de nosotros, una acumulación de elementos muy variada y mezclada a modo de una muchedumbre, procedente de las innumerables diferencias surgidas en los cambios. Lo que es debe ser uno, igual que lo que es uno debe ser lo que es. La alteridad por su diferencia con el ser degenera en el origen del no ser. Por esto le va bien al dios el primero de sus nombres y el segundo y el tercero: Apolo, en efecto, niega la pluralidad y excluye la multiplicidad. Ieo significa que es uno y único. Febo, sin duda, los antiguos lo aplicaban a todo lo que es puro y santo, como aún los Tesalios, creo, dicen que sus sacerdotes febonomizan, cuando en los días nefastos viven aislados y en el exterior. Lo que es uno es incontaminado y puro, pues por la mezcla de lo uno con lo otro se origina la impureza; como en algún pasaje Homero dice: «un marfil» cuando se le tiñe de color rojo «se mancha». Y los tintoreros al hecho de mezclarse los colores lo llaman «corromperse», y a la mezcla «corrupción». Así pues, ser uno y sin mezcla es propio siempre del ser incorruptible y puro.

21. En cuanto a los que piensan que Apolo y el sol son el mismo, merecen que se les acoja y se les quiera por su nobleza de espíritu, ya que con lo que más honran de lo que conocen y desean, con ello ponen en relación la idea de lo divino. Sin embargo, despertémosles como si estuvieran soñando con el dios en el más feliz de los sueños y exhortémosles a que suban más arriba y contemplen la visión real del dios y su esencia, honren esta imagen y veneren la idea de fecundidad que hay en ella, ya que, en la medida en que la sustancia sensible y variable lo puede hacer por lo espiritual y permanente, presenta de alguna manera un reflejo e imagen de la benevolencia y de la felicidad del dios. Respecto a esas degeneraciones y cambios del dios que, según dicen, se resuelve en fuego a la vez que en todos los elementos, y que, a su vez, se contrae y se expande hasta tal punto para dar lugar a la tierra, el mar, los vientos, los seres vivos y las extrañas variaciones de los animales y de las plantas, todo eso no es lícito escucharlo. O bien la divinidad sería inferior al niño imaginado por el poeta, aquél que toma como juego amontonar arena y desparramarla de nuevo él mismo. De este juego el dios se serviría continuamente respecto al universo, al modelar un mundo que no existe y luego destruirlo una vez hecho. Es lo contrario, en efecto: todo lo que de alguna manera se produce en el mundo, la divinidad mantiene unida la esencia de ello, y domina la debilidad de lo corpóreo que tiende a la destrucción. Y me parece, sobre todo, que decir al dios la expresión «eres» es un argumento y un testimonio contra esa opinión, ya que significa que jamás en él se origina degeneración ni cambio. En cambio, producir y sufrir aquello es adecuado a algún otro dios, más bien demonio que tiene dominio en la naturaleza, en su nacimiento y muerte continuas. Que esto es evidente a partir de los nombres, inmediatamente se ve puesto que son contrarios y opuestos. Pues al primero se le llama Apolo y al segundo Plutón; al primero Delio y al segundo Edoneo; al primero Febo y al segundo Escotio. Con el primero están las Musas y Mnemosine, con el segundo Lete y Siope. El primero es Teorio y Faneo. El segundo es

Soberano de la Noche sombría y del inactivo Sueño.

Y él es

Para los mortales el más aborrecible de todos los dioses. [Homero].

En cambio, de él dijo Píndaro no sin agrado:

fue juzgado el más amable para los mortales.

Con razón Eurípides dijo:

Las libaciones y los cantos a los difuntos muertos, Apolo el de los cabellos de oro no los acepta.

Y aún primero que éste, Estesícoro dijo:

Las danzas, sobre todo, los juegos y los cantos deleitan a Apolo, los duelos y los sollozos le tocaron a Hades.

Sófocles también cuando distribuye los instrumentos de música a cada uno de los dos dioses, es claro en sus palabras:

Ni la nabla ni la lira son amigas de lamentos.

De hecho, la flauta se atrevió a emitir su voz entre los cantos amables tardía y recientemente. En los primeros tiempos se le reservaba para las ceremonias de duelo, y prestaba un servicio en éstos no muy estimable ni brillante. Luego se mezcló todo con todo. Y especialmente al confundir lo divino con lo demónico llegaron a ese desorden.

Sin embargo, el «Eres» y el «Conócete a ti mismo» parecen oponerse de alguna manera, y estar de acuerdo en cierto sentido. La primera frase, en efecto, se proclama con respeto y veneración hacia el dios, significando que existe eternamente. La segunda es un recuerdo para los mortales de su naturaleza y de su debilidad. »

Traducción: Manuela García Valdés. 

 
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