El presente texto es parte del libro La Alquimia en el Bosco, Durero y otros pintores del Renacimiento, publicado por SYMBOLOS en su colección Tradición Universal: Arte y Literatura (Barcelona 1989), hoy agotado.
Antología de Textos Herméticos
EL PARMIGIANINO Y
LA VIRGEN DEL CUELLO LARGO
JOSE ANTONIO BERTRAND
Este cuadro, iniciado en el 1534, quedó incompleto en el estudio del artista, y fue colocado después de su muerte, ocurrida en 1542. Vasari escribe que el cuadro permaneció en el estudio hasta la muerte del Parmigianino «...porque no estaba muy contento de su resultado». Hay que considerar aquí el hecho de la obra incompleta y de la insatisfacción, actitud ésta que es característica de las primeras etapas del proceso alquímico.

En esencia son tres los movimientos de este cuadro que se aclaran confrontándolos con lo fundamental de los tratados alquímicos: 1) el paralelo entre Cristo y el Lapis (Piedra), 2) la personalidad de la Virgen como elemento primordial en el Ars magna, y 3) la presencia del vaso hermético como parangón con el vientre materno de la Virgen y en consecuencia como lugar donde se cumple la gran obra (atanor, matraz, alambique). El tema del cuadro es evidentemente el símbolo de la Inmaculada concepción que se produce en el vaso hermético de cristal, o alambique. Leemos en Jung: «La simbólica eclesiástica del esposo-esposa lleva a la unidad mística de ambos, esto es, al alma de Cristo que vive en el cuerpo místico de la Iglesia. Esta unidad constituye el fundamento de la androginia de Cristo, que la alquimia medieval usa para sus fines». Jung precisa el valor de la unión mística: «Muchos alquimistas calculan que la duración de la obra coincide con la duración del embarazo y comparan en general su procedimiento con el de un embarazo». Hagamos hablar a un alquimista, Petrus Bonus: «Según los antiguos filósofos, la piedra se fecunda y concibe por sí misma, como la Virgen que concibe sin la intervención del hombre». Y añade T. Burckhardt: «El mercurio que tiene una acción vivificante y disolvente es en cierto sentido, la resaca del mar original, el cual, como Madre de todas las cosas, es inaprehensible. Por este motivo el mercurio es llamado también sangre materna (menstruum)1, porque se vierte y nutre el germen en el vientre materno alquímico, esto es, en el alambique». Cristo y Hermes-Mercurio se identifican para el alquimista. El andrógino es motivo cardinal en el pensamiento alquímico, y al mismo tiempo Cristo representa el andrógino por excelencia.

En consecuencia, el Parmigiani no nos muestra en su cuadro la concepción en el vaso o alambique alquímico, concepción inmaculada, andrógina. ¿Y cómo sucede esta concepción?. Sucede en un vaso hermético, en un recipiente que es matriz y útero, en el cual toma vida el homúnculo, el alma. El vaso y el vientre de la Virgen son la misma cosa para el alquimista y así nos lo demuestra el Parmigianino. Por otro lado existe una analogía entre el vaso o alambique hermético y el cáliz de Cristo: ambos recipientes son intercambiables para el alquimista.

Hay que hacer notar que en «La Virgen del cuello largo» no aparece sólo el momento de la misteriosa coniunctio in vitro, sino que aparece también el momento terminal, que los alquimistas definen como putrefactio, es decir, como descomposición interior del alma, considerando que a cada muerte corresponde un nacimiento. El Parmigianino realizó sintéticamente este momento de la obra alquímica, representando la cruz en el vaso, la muerte de Cristo apenas nacido del vientre-vaso de María. La cruz, por otro lado, es el símbolo alquímico de la luz, la culminación de la gran obra. Finalmente y para corroborar esta intención, en todos los tratados alquímicos está siempre indicada una estrecha asociación entre inmaculada concepción y crucifixión, esto es, entre nacimiento y muerte iniciáticos.

Hace falta detenerse en un punto: el interés del Parmigianino por el tema del vaso. El insatisfecho artista se muestra enamorado del módulo geométrico: el vaso toma forma humana, mientras hombres y mujeres se tornan similares a ánforas. Ahora ya sabemos bien la importancia que tiene el vaso hermético en el trabajo del alquimista. Se define también como matriz, útero, cosmos, huevo. «Es el atanor, el horno que sirve para el magisterio mayor, nos dice T. Burckhardt, y este horno es el cuerpo humano, y como tal una imagen simplificada del cosmos. El hecho de que el recipiente hermético, o huevo, sea de vidrio, y por tanto transparente, indica su naturaleza psíquica. El recipiente es la conciencia retirada del mundo exterior, interiorizada, y constituyendo una esfera aislada. Durante la cocción el vaso, o ánfora, debe permanecer cerrado herméticamente y, para que el magisterio se consiga, las fuerzas que se desarrollan no deben evadirse hacia el exterior». El valor del vaso como «lugar delegado» del misterio es así fijado por M. Eliade: «El vaso milagroso de la alquimia, sus hornos y alambiques, tienen un papel ambicioso. Estos aparatos son la sede de un retorno al caos primordial, de una repetición cosmogónica; las sustancias mueren y resucitan para ser finalmente transmutadas en oro». Y añade: «En el vaso filosófico pueden aparecer cuerpos diferentes: el mercurio, la cruz, un dragón alado, síntesis entre serpiente y pájaro, fijo y volátil.»2

Apuntes sobre su vida.
La búsqueda del Parmigianino es una búsqueda diversa, pero complementaria, de la que por ejemplo realizó Leonardo: éste se confiesa discípulo de la experiencia, mientras que el Parmigianino busca la perfección más allá del dato objetivo. La sublimación leonardesca es de tipo científico, la destilación del Parmigianino es de tipo místico. Este último, junto con Rosso, Pontormo, Beccafumi, y Bronzino, busca en la cultura esotérica un método para expresar a través de la pintura el proceso de búsqueda interior.

Anota A. Chidiglia Quintavalle:3  «Francesco Mazzola nace en Parma el 11 de Enero de 1503. Su vida, breve en el tiempo (muere a los 37 años) será triste y atormentada, pero no por sucesos dolorosos ni por graves desgracias, sino por la imposibilidad de gozar alegrías simples, de trabajar con espontaneidad, llevando a feliz término los trabajos iniciados. Todo ello, grabado en su propia naturaleza, se refleja en una tenaz y afanosa búsqueda de perfección.»

Según Vasari: «Después de 1531, el Parmigianino deja a un lado las cosas de la pintura y cree se enriquecerá congelando mercurio, de tal manera se destiló el cerebro, pero no pensando en bellas invenciones, ni con pinceles o mezclas, sino que perdía todo el día y no conseguía trabajar una semana seguida en los frescos de la Steccata». No obstante, otras causas influyen sobre las reiteradas demoras en sus trabajos; sobre todo su espíritu inquieto y siempre insatisfecho de lo que ha conseguido. Es el destino del Parmigianino, grabado en su carácter, siempre a la búsqueda de un ideal de perfección que en vano persigue: el no conseguir llevar a feliz término sus soñadas, grandísimas empresas, actitud, por cierto, característica del humor melancólico.

 
Figuras y comentarios
 
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NOTAS
1 Además de la sangre que alimenta al embrión en el interior del vientre-matriz materno, debemos considerar igualmente la «leche», que después del alumbramiento sustituye al cálido líquido sanguíneo como alimento del recién nacido. Para los alquimistas la «leche de la Virgen» o «leche de la luna» es tenida como el elemento nutritivo (la propia doctrina) del iniciado, que a su vez es llamado «hijo de la Virgen» en el esoterismo hermético-cristiano. Añadamos que la Virgen María es idéntica a la Shekinah de la cábala, es decir el aspecto receptivo o pasivo del Espíritu. Por lo demás, el color blanco de la leche evoca precisamente la albedo alquímica.
2 Mircea Eliade, Herreros y Alquimistas, Madrid 1983.
3 Parmigianino, Milán, 1964.