SYMBOLOS publicó en su Nº doble 11-12 dedicado a la Tradición Hermética (1996) la traducción anotada de los primeros XI libros del Poimandrés, que forma parte de lo que se ha llamado el Corpus Hermeticum. La introducción, texto y notas de dicho trabajo se encuentran reproducidos hoy en la página web de la Revista y pueden consultarse en caso necesario en relación con el que hoy remitimos, así como el artículo de F. González "Los Libros Herméticos" ya citado en la presentación al texto de Ficino.
Antología de Textos Herméticos
POIMANDRES XII
De Hermes Trismegisto a Tat
Sobre el intelecto común
HERMES TRISMEGISTO
1 El intelecto, Tat, proviene de la propia esencia de Dios, si es que Dios tiene alguna esencia: en cuanto a saber de qué naturaleza resulte ser esta esencia, sólo Dios se conoce exactamente. El intelecto no es una fragmentación de la esencialidad de Dios, sino que, por así decirlo, se despliega a partir de esta fuente como la luz a partir del sol. En los hombres, este intelecto es Dios, y así también algunos de los hombres son dioses y su humanidad está muy próxima a la divinidad; y en efecto, el Buen Daimon1 ha llamado a los dioses "hombres inmortales" y a los hombres "dioses mortales". En los animales carentes de razón, el intelecto es instinto natural.

2 En todo lugar donde hay alma, hay intelecto, así como en todo lugar donde hay vida hay también alma. Pero en los animales carentes de razón, el alma sólo es vida pura, sin intelecto. Pues el intelecto únicamente otorga sus beneficios a las almas de los hombres: las talla para el bien. En los animales carentes de razón coopera con el instinto natural presente en cada uno de ellos, mientras que en las almas de los hombres actúa en contra de él. Ya que toda alma, desde el momento en que entra en un cuerpo, es pervertida al punto por el dolor y el placer, pues el dolor y el placer son como los humores del cuerpo compuesto que hierven en su interior y en los cuales el alma se sumerge y ahoga. 3 Así, cuando las almas permiten que el intelecto las gobierne, éste les manifiesta su luz y se opone a sus temores. Y tal como un buen médico hace sufrir al cuerpo que es ya presa de la enfermedad cuando cauteriza o corta su parte enferma, así el intelecto hace sufrir al alma apartándola del placer, que es la causa de donde se promueven todas sus enfermedades. Ahora bien, la gran enfermedad del alma es la negación de Dios, y después de ésta la opinión errónea: de ellas proceden todos los males, y ningún bien. Por ello, el intelecto, al luchar contra la enfermedad, confiere el bien al alma del mismo modo que el médico cuando trae la salud al cuerpo.

4 Cuando, por el contrario, las almas humanas no han obtenido al intelecto como guía, sufren idéntica condición que las de los animales sin razón. En efecto, el intelecto colabora con ellas al dejar el campo libre a la intemperancia, y las almas se dejan llevar por la violencia de sus apetitos hacia esas concupiscencias que tienden a lo irracional y al igual que los animales carentes de razón, no cesan en su entrega a los movimientos irracionales de la cólera y la intemperancia y nunca encuentran la satisfacción a sus vicios: pues los movimientos irracionales de la cólera y la concupiscencia son los vicios mayores. A esas almas es a las que ha impuesto Dios el gobierno de la ley, para castigarlas e inculparlas con el pecado.

5 – Entonces, padre, la doctrina de la fatalidad, que recién me expusiste, corre el riesgo de ser contradecida por ésta. En efecto, si el destino ha fijado inexorablemente que éste u otro sea adúltero o sacrílego, o cometa cualquier otro crimen, ¿podrá castigarse a aquél que ha cometido ese acto bajo el apremio de la Fatalidad? – Todo es obra de la Fatalidad, hijo mío, y sin ella nada puede suceder de cuanto se relaciona con las cosas del cuerpo, ni para bien ni para mal. La Fatalidad ha decretado igualmente que aquél que ha hecho el bien experimente las consecuencias de ello, y por esta razón actúa para sentir lo que siente por haber actuado así.

6 Pero dejemos esto por ahora, no es el momento de discurrir sobre el vicio y sobre la fatalidad. Ya hemos hablado de ello en otra parte, ahora estamos tratando del intelecto: en qué consiste su poder; qué cualidades contiene, en sí, en los hombres que poseen unas características, en los animales carentes de razón que poseen otras. Y también de que, si bien en unos vivientes no produce sus buenos efectos, sino que estos últimos se muestran desiguales en todos, según extinga lo irascible y lo concupiscible –y entre dichos vivientes hay que considerar a unos como hombres en posesión del conocimiento, y a los demás como hombres sin logos–, por contra todos los hombres están sometidos a la Fatalidad; al nacimiento y el cambio, pues estos últimos son el comienzo y el fin de la Fatalidad.

7 Así pues, todos los hombres se hallan sujetos al destino, pero los que poseen el logos –en los cuales hemos dicho que el intelecto gobierna– no lo están del mismo modo que los demás: liberados del mal, no sufren su destino como malos.

– ¿Qué es lo que quieres decir aún, padre? ¿no es malo el adúltero? ¿no lo es el homicida, y así todos los demás? – El hombre en posesión del conocimiento, hijo mío, no padecerá por cometer adulterio sino como si lo hubiese cometido; no por haber matado, aunque como si lo hubiese hecho. Pues si bien es cierto que no es posible escapar de las condiciones del cambio ni del nacimiento, el que posee el intelecto puede escapar del mal.

8 Por eso, hijo mío, siempre he escuchado al Buen Daimon, y si lo hubiese escrito y publicado, habría rendido un gran servicio al género humano: pues tan sólo él, hijo mío, en tanto que Dios primer nacido, contempla verdaderamente todo el conjunto de los seres y profiere palabras divinas, a él he oído decir que "todo es uno, y sobre todo los seres inteligibles; que nosotros vivimos por el poder, por la energía, y por el Eón, y que el intelecto de éste, que es también su alma, es bueno". Según esto, no hay dimensiones en los inteligibles; luego si el intelecto domina todas las cosas, y es el yo de Dios, tiene el poder de hacer todo lo que quiera.

9 Reflexiona sobre ello y aplica esta doctrina a la pregunta que hace poco me planteabas acerca de la Fatalidad y el intelecto. Si abandonas todo argumento capcioso, encontrarás, hijo mío, que en realidad, el Intelecto, es decir el yo de Dios, domina sobre todas las cosas: sobre la Fatalidad, sobre la ley, y sobre el resto; y que nada es imposible para él, ni elevar al alma humana por encima de la Fatalidad ni, si esta ha sido negligente, como a menudo ocurre, ponerla bajo el yugo de la misma. Pero ya he explicado suficientemente las palabras del Buen Daimon.

– Son éstas, palabras divinas, padre, y verdaderas y útiles.

10 Pero aclárame todavía el siguiente punto: Has dicho que en los animales carentes de razón el intelecto actúa como instinto, pues coopera con sus impulsos. Pero los impulsos de los animales carentes de razón son, supongo, pasiones. Así pues, si el intelecto coopera con los impulsos, y esos impulsos son pasiones, ¿es también el intelecto una pasión, ya que tiene contacto con ellas?

– Bien dicho, hijo mío. He ahí una pregunta excelente, a la que es justo que responda:

11 Todos los incorpóreos alojados dentro de un cuerpo son pasibles, hijo mío, y, propiamente hablando, son ellos mismos pasiones. En efecto, todo motor es incorporal, todo móvil es cuerpo; los incorpóreos están a su vez en movimiento, pues son movidos por el intelecto, y el movimiento es una pasión: de manera que uno y otro, motor y móvil, están sujetos al padecer, el uno porque gobierna, el otro porque es gobernado. Pero cuando el intelecto se ha separado del cuerpo, se ha separado también de la pasión. Quizás sea mejor decir, hijo mío, que nada es impasible, sino que todo es afectado por ella. La pasión difiere de lo que es afectado por ella: la una es activa, el otro pasivo. Pero los cuerpos son también activos por ellos mismos; en efecto, o están inmóviles o son movidos: en uno y otro caso hay pasión. En cuanto a los incorporales siempre son movidos, y por ello pasibles. No te dejes confundir por estos nombres: acción y pasión son una sola cosa. Aunque no hay mal alguno en servirse en cada ocasión del término más favorable.

12 – Te has explicado del modo más claro, padre. – Entonces considera esto aún, hijo mío: De entre todos los animales mortales solo al hombre ha concedido Dios estos dones: el intelecto y el logos, que equivalen a la inmortalidad (el ser humano posee también el logos proferido). Si el hombre hace uso de ellos para los fines que convienen, en nada se diferenciará de los inmortales, antes bien, una vez abandone el cuerpo será conducido por ambos hacia el coro de los dioses y los bienaventurados.

13 – Los demás animales, padre, ¿no hacen uso de la palabra? – No, hijo, no tienen más que la voz. Y la palabra difiere absolutamente de la voz. La primera es común a todos los hombres, mientras que cada especie animal tiene su voz particular. – Pero en los hombres, padre, ¿no se diferencia también la palabra según cada raza o pueblo? – Sin duda, hijo mío, pero no por ello deja de ser una la humanidad. Igualmente, también la palabra es una, y al traducirse de lengua a lengua se descubre que es la misma, tanto en Egipto y en Persia como en Grecia. Me parece, hijo mío, que desconoces toda la virtud y grandeza del logos. El Buen Daimon, Dios bienaventurado, ha dicho: "El alma está en el cuerpo, el intelecto está en el alma, el logos en el intelecto, Dios es el padre de todos."

14 El logos es por consiguiente imagen e intelecto de Dios (el cuerpo es imagen de la idea; la idea, imagen del alma). Por otro lado, lo más sutil de la materia es el aire; del aire, el alma; del alma, el intelecto; del intelecto, Dios. Dios todo lo envuelve y penetra, mientras que el intelecto envuelve al alma, esta envuelve al aire y el aire a la materia.

La Necesidad, la Providencia y la Naturaleza son instrumentos del cosmos y del bello ordenamiento de la materia. Ahora: cada uno de los inteligibles es una esencia, y su esencia es la identidad; cada uno de los cuerpos del Todo es por el contrario una pluralidad: pero de hecho, aunque los cuerpos compuestos cambian siempre unos en otros, conservan indestructible la identidad.

15 En todos los cuerpos compuestos existe un número propio a cada uno de ellos. Pues sin número, es imposible que se produzca ni combinación, ni composición, ni disolución: determinadas unidades engendran el número, lo aumentan, y cuando se disuelve, de nuevo lo reciben en sí mismas, mientras la materia permanece única. Por lo tanto, este cosmos entero, este gran Dios imagen del Dios más grande, unido a él y conservando con él el orden y la voluntad del Padre, es la totalidad de la vida: nada hay en él a lo largo de la eónica duración del cíclico retornar querido por el Padre –ni en su universalidad ni en sus partes– que carezca de vida. Cosa muerta jamás hubo alguna, no la hay y no la habrá nunca en el mundo. Vivo en efecto ha querido el Padre que sea el mundo, todo el tiempo que conserve la cohesión: También el Cosmos es pues, necesariamente, Dios.

16 ¿Y cómo sería posible, hijo, que en lo que es Dios, en lo que es imagen del Todo, en lo que es el pleroma de la vida, hubiera cosas muertas? Porque la muerte es corrupción y la corrupción es destrucción. ¿Cómo suponer entonces que se corrompa una parte de lo incorruptible o que sea destruida alguna cosa de Dios?

– ¿Los vivos que están en el mundo acaso no mueren, padre, aunque sean partes del mundo? – Calla, hijo mío, pues te dejas inducir a error por la denominación del fenómeno. Los vivos no mueren, sino que, siendo cuerpos compuestos, se disuelven; pero esta disolución no es la muerte, sino la disolución de una mezcla. Y si se disuelven, no es para ser destruidos, sino renovados. ¿Cuál es en efecto la energía de la vida? ¿No es el movimiento? y ¿qué hay en el cosmos que sea inmóvil? Nada, hijo mío.

17 – Pero y la tierra, al menos, ¿no te parece inmóvil, padre? – No, hijo; todo lo contrario, entre todos los seres sólo ella está sujeta a una multitud de movimientos, y sin embargo es estable. ¿Cómo no sería ridículo suponer inmóvil a esta nodriza de todos los seres, la que hace nacer y da a luz a todas las cosas? Sin movimiento, en efecto, es imposible para quien hace nacer alumbrar lo que fuere. Es totalmente ridículo preguntar, como tú haces, si la cuarta parte del cosmos puede carecer de vida: pues ser inmóvil, para un cuerpo, no tiene otro sentido que ser inerte. 18 Entiende pues, hijo, que todo cuanto está en el cosmos, todo sin excepción, está en movimiento, ya sea para disminuir o aumentar. Ahora, todo lo que está en movimiento, también tiene vida, sin embargo no hay necesidad alguna de que todo ser vivo conserve su identidad. Pues, sin duda, el cosmos considerado en su conjunto es inmutable, hijo mío, pero las partes de ese mundo están todas sujetas al cambio; no por ello nada perece o es destruido: son sólo denominaciones que perturban nuestros espíritus. Ya que la vida no es el hecho de nacer, sino la sensibilidad, y el cambio no significa la muerte, sino el olvido. Así pues, si esto es así, todos los elementos de que está compuesto cada viviente son inmortales: la materia, la vida, el aliento, el alma, el intelecto.

19 Todo viviente es inmortal por el intelecto. Pero el más inmortal de todos es el hombre, porque es capaz de recibir a Dios y de entrar en unión con Dios. Solamente con este viviente Dios se comunica, por la noche mediante los sueños, de día por los presagios, y le predice lo porvenir por toda clase de vías, por los pájaros, las entrañas de las víctimas, la inspiración, por el roble y la encina. De manera que el hombre también hace profesión de conocer el pasado, el presente, el futuro.

20 Considera igualmente, hijo mío, que cada animal frecuenta solamente una parte del universo, los acuáticos el agua, los terrestres la tierra, los volátiles el aire. El hombre por el contrario tiene relación con todas esas partes por igual: la tierra, el agua, el aire, el fuego, e incluso el cielo: también lo ve y hasta entra en contacto con él por medio de la sensación. Dios todo lo contiene y todo lo penetra, pues es energía y poder. Y no es nada difícil concebir a Dios, hijo mío.

21 Y si quieres asimismo contemplarle, mira el bello ornato del cosmos y el hermoso orden de sus esferas. Mira la Necesidad, que preside todo cuanto se ofrece a nuestra vista, y la Providencia, que regula todas las cosas del pasado y las que se producen hoy. Mira cómo la materia está enteramente llena de vida. Mira este Dios inmenso en movimiento con todos los seres que contiene, buenos y bellos, dioses, daímones, hombres. – Pero todo ello, padre, son puramente energías. – Admitamos entonces que no hay ahí sino energías, hijo mío: ¿Por quién son actuadas esas energías? ¿Por otro Dios? ¿No ves que así como el cielo, el agua, la tierra, el aire, son partes del cosmos, de la misma manera son <miembros de Dios> la Vida, la Inmortalidad, +...+ la Necesidad, la Providencia, la Naturaleza, el Alma y el Intelecto, y que es a la permanencia de todo este conjunto a lo que se llama el Bien? Así pues, nada existe, ni en las cosas actuales ni en las del pasado, donde Dios no esté presente.

22 – ¿También está entonces Dios en la materia, padre? – Supón, hijo mío, que la materia existe separada de Dios: ¿qué lugar vas a asignarle? ¿y crees que es algo más que una masa confusa, mientras no se la trabaja? Y si se la emplea en la obra ¿quién lo efectúa? Pues las energías que actúan, ya lo hemos dicho, son partes de Dios. ¿Por quién, si no, son entonces vivificados todos los seres vivientes? ¿Por quién son inmortalizados los inmortales? ¿Quién causa el cambio en los seres cambiantes? Así hables de materia, de cuerpo o de esencia, entiende que también éstas son energías de Dios: la materialidad energía de la materia, energía de los cuerpos la corporeidad, energía de la esencia la esencialidad: y Dios es esto, el Todo. 23 En el Todo nada hay que Dios no sea. Por eso ninguno de estos predicados: magnitud, lugar, cualidad, figura, tiempo, puede atribuirse a Dios: pues Dios lo es Todo; y el Todo penetra todas las cosas y las abarca a todas. Adora este Logos, hijo mío, y ríndele culto. Aunque no hay sino una manera de rendir culto a Dios: no ser malo.
Traducción: J. M. Río
 
Antología

 

NOTA
1 Con respecto al Agathodaimón puede verse: R. Guénon, "La Tumba de Hermes", nota 4, hoy en la web Ante el Fin de los Tiempos - Estudios sobre Ciclología. N. t.